El recipiente
En el portal de cine al que soy adicto, cada vez que termina una película, aparece un fotograma congelado. Como un cartel casual o una postal lejana que te mandaran los personajes. Mientras nos quedábamos mirando en el monitor ese último fotograma mudo, mi compañera hizo algo extraordinario: bajó el volumen. Ambos nos sorprendimos de su gesto. Quizá fue una sinopsis. La película que acabábamos de ver era Bonsái, de Cristián Jiménez, basada en la novela de Alejandro Zambra. En ella se cuenta la pequeña historia de un primer amor que, al igual que un bonsái, no sobrevive fuera de su recipiente. Un argumento es su estilo. Y una emoción es el instante que la envuelve, su contexto. Por eso, al recordar una emoción o resumir un argumento, resulta tan intensa nuestra sensación de extrañeza. No es la distancia temporal lo que la provoca, sino la modificación del recipiente original. De ahí que el artificio del lenguaje sea el único modo de transplantar una experiencia. Eso parece sugerir, con una especie de violenta discreción, Bonsái. A veces no sabemos qué pasó. A veces lo mudo grita. Entonces escribimos para bajarle el volumen.