Los pájaros amarillos, de Kevin Powers



Kevin Powers sirvió en el ejército de Estados Unidos. Kevin Powers estuvo combatiendo en Irak. Kevin Powers se convirtió en escritor. Todo lo anterior significa que sabe de lo que habla, que ha transformado su experiencia en una novela brutal y muy elogiada. Significa que no se inventa la guerra, sino que parte de lo que ha vivido y sufrido. En este libro encontramos párrafos demoledores sobre el sinsentido del combate y sobre el estado depresivo o traumático en el que suelen quedar los soldados tras haber visto morir a tanta gente, y tras matar a tantos hombres y mujeres de los que quizá nada sabían. La novela está estructurada en capítulos que van y vienen en el tiempo, con saltos cronológicos que nos van desvelando qué hizo el protagonista antes, durante y después de su participación en Irak. Aquí van unos cuantos extractos:

La ciudad, vacía, estaba ardiendo. La habíamos dejado en los huesos con nuestro moderno instrumental. Las paredes se derrumbaban; algunos edificios, partidos por la mitad por la artillería, dejaban pasar una brisa cálida que arrastraba basuras y polvo y que luego los hacía girar en tornados minúsculos a nuestro paso. Descansábamos para tomar agua, fumábamos cuando queríamos y nos sentábamos en sillas tras los mostradores deshabitados. Los bazares estaban llenos de tiendas abandonadas, con puestos de madera, que aún ofrecían mercancías de épocas tan antiguas como oscuras. Apoyábamos los pies en los mostradores porque las suelas de nuestras botas no podían ofender a los muertos.

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Nos detuvimos en una de esas esquinas. Un desfile de ratas cruzó la calle, serpenteando entre desechos. Eran tantas que ahuyentaron a un perro sarnoso y lograron que renunciara al cadáver del que se alimentaba. Vi que el perro se alejaba con un brazo destrozado entre las fauces.
El perro desapareció en la distancia y el teniente alzó una mano para que la sección se detuviera. Estábamos cerca de un puente que cruzaba el Tigris y sus orillas, poco arboladas. Todo estaba tranquilo. El río fluía suavemente. En mitad del puente había un cadáver; le habían cortado la cabeza, que descansaba sobre su pecho como una muñeca rusa pervertida.

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Cierto, la línea entre no querer despertar y querer suicidarte es muy fina. Descubrí que se puede caminar por esa línea durante mucho tiempo y casi sin darse cuenta; pero cualquiera que esté cerca lo nota y, por supuesto, te arrastra hacia todo tipo de preguntas incontestables.

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El dolor también estaba dentro de mi cuerpo; un dolor que lo abarcaba todo, como si toda mi piel fuera un labio que me hubieran partido.

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O también podría haber dicho que deseaba morir; no en el sentido de tirarme por el puente del ferrocarril junto al que estábamos, sino en el de quedarme dormido para siempre porque no había absolución por matar mujeres ni para quedarte mirando mientras las mataban ni para matar hombres ni para dispararles por la espalda ni para dispararles más veces de las necesarias.

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Hazte pequeño, soldado. Si tu puto culo quiere sobrevivir, hazte tan jodidamente pequeño que quepas bajo tu casco.



[Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez]

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