Fernando Aramburu: Los peces de la Amargura.
Tusquets (2006).
Destierro memorias oscuras de un norte de luz mortecina. Un norte situado más al sur de donde ahora estoy pero más lúgubre, más áspero. Un norte punzante como hojas de acebo. Un lugar extraño donde la discrepancia, el libre pensamiento o el ejercicio de ciertas profesiones eran respondidos con el silencio, con el desprecio, con amenazas, con la muerte. Un norte donde se decía poco y el miedo todo lo aplastaba.
Este libro de relatos habla del día a día en ese norte y está escrito por alguien que lo conoce bien. Son historias guiadas por el coraje y la denuncia, penetradas por una sutil inteligencia. Cuesta aceptar eso: que la vida era, que a lo mejor sigue siendo, así, «triste». Triste y dicotómica (con el pueblo o contra el pueblo). Una vida violenta. “Golpes en la puerta”, narrado desde la voz de un preso que antes fue niño, es un texto estremecedor.
El terror es un monstruo movedizo: narices, mandíbulas, pieles, voces, miradas, imposiciones perversas. El terror no se arrepiente ni se echa atrás: se cree justificado. Tampoco aspira a entender nada pero impone, adoctrina, organiza, insulta, dispara, mata.
Hay algo, sin embargo, que sí recuerdo. Tren nocturno desde Sevilla. Comparto camarote con un señor escuálido y mayor, un hombre culto, de hablares pausados, de apariencia frágil y mente inquieta. «¿Qué le lleva a usted al Norte?», pregunté en algún momento. Me mostró un recorte de periódico: «Voy por esto. Quiero ver la esquina donde mataron a mi hijo».