isa marcelli |
A las cinco a.m suenan campanas pero es a las diez recién
cuando la alarma es más fuerte,
mata al tiempo, lo muere de muerte real
disolviéndolo
en el aire
en el perfume de flores
-jazmines y geranios- sobre un jarrón chino
planchando sábanas lilas
de un cuarto alejado, a la vez dulce.
Bajo un azul profundo
-el de una mañana noche- el humo de cigarrillos y de
café en tacitas de porcelana
sobre una mesa rota y distante:
envuelve manos y cabellos
haciendo del destino
silencio, un caballo blanco
que galopa al cielo
hasta copular y bendecir
ese instante eterno.
*