Ahora mismo tengo frente a mí a un tipo con perilla pidiendo que me baje los pantalones. El día ha comenzado en Madrid. He venido a Helsinki para asistir a una reunión. Iba en el avión preparando mi presentación cuando al pasajero de al lado le entraron ganas de hablar y me enseñó una foto de su mujer. Luego me dijo que acababa de ser padre y que volvía a Finlandia para conocer a su hijo. Llevaba un par de meses destinado en España. Hablaba sin parar. Irradiaba felicidad, tanta que se me llegó a contagiar. Me cayó bien, la verdad. Estuvimos todo el vuelo de risas. Al aterrizar, le bajé su maleta del compartimento y salimos juntos del avión. Caminando por el finger íbamos riéndonos. En la aduana pasamos sin problemas los arcos de seguridad, pero llegados a este punto todo se ha complicado. Un perro ha empezado a ladrar a nuestro lado. Dos policías nos han obligado a acompañarlos. Uno lleva perilla. La maleta de mi supuesto amigo está hasta arriba de coca y mis huellas están en ella. Así que aquí estoy, sentado en esta mesa, viendo como este tío espera que me baje los calzoncillos, intentando convencerle de que soy inocente, muy inocente.