La creatividad es, sin duda alguna, una cualidad que goza de buena prensa. Ese don que nos permite movernos más allá de las fronteras que la realidad nos impone y nos lleva a descubrir algunos de los secretos que la naturaleza nos oculta, o a desarrollar ideas que transgreden los límites de nuestra experiencia cotidiana, caracteriza en gran parte nuestra humanidad y nos diferencia cualitativa y cuantitativamente de otras especies.
Es famosa la afirmación de Albert Einstein de que la imaginación es más importante que el conocimiento. La imaginación, la fantasía, nos ayudan a contemplar lo que nos rodea desde una perspectiva original y novedosa, nos ponen ante los ojos soluciones impensables a problemas que parecían no tener respuesta posible, nos abren la puerta a mundos paralelos que nos hacen reflexionar sobre el universo en el que vivimos y replantearnos los valores en que basamos nuestra existencia.
Y, sin embargo, curiosamente, en el ámbito de la literatura o de la ficción en general, lo fantástico ha sufrido a menudo el desprecio de los que defendían la superioridad de las narraciones realistas, más serias, más importantes. La fantasía ha sido minusvalorada por “contar mentiras”, por alejarnos de la realidad, como si el producto de nuestra mente no formara también parte de nuestra realidad.
Se pueden encontrar elementos fantásticos en la literatura de todos los tiempos, fenómenos sobrenaturales que distinguen ciertos relatos de otros que pretenden mostrarnos nuestro entorno tal como lo conocemos.
Frente a autores como Pérez Galdós, que ofrece en sus novelas un retrato de la sociedad española del siglo XIX, Edgar Allan Poe, Julio Cortázar o J. R. R. Tolkien describen situaciones, personajes o historias que no tienen cabida en un mundo regido por las leyes que definen el nuestro.
Sin embargo, todas estas narraciones son también, como es obvio, muy diferentes entre sí. ¿Es, entonces, literatura fantástica cualquier obra que tenga un elemento sobrenatural? ¿Nos encontramos ante un mismo tipo de ficción cuando nos enfrentamos a una historia que se desarrolla entre elfos, enanos y otras criaturas feéricas en un contexto como la Tierra Media que cuando leemos un relato en el que un hombre comienza a vomitar conejitos, como le ocurre al protagonista de "Carta a una señorita en París"?
David Roas nos dice que para que una obra pueda ser considerada como literatura fantástica no basta con que aparezca lo sobrenatural de forma anecdótica: tiene que encontrarse en la base de la historia. Este género literario no puede funcionar sin la presencia de lo sobrenatural entendido como lo que transgrede las leyes del mundo real. Por eso la trama se sitúa en un espacio similar a él, un espacio cuestionado por un fenómeno que hará dudar al lector sobre la consistencia de lo que le rodea.
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