Cuando yo era pequeño reté a mi amigo Santiago a ver quién de los dos aguantaba más con el dedo metido en un hormiguero.
¿Pares o nones? Perdió él, de modo que, tras varios amagos nerviosos, metió el dedo. Un ejército de bichos negros empez
ó a subirle por el brazo. Catorce segundos y el bueno de Santi empezó a correr por el jardín dando gritos y a sacudir el brazo enloquecido.
Llegó mi turno. Santi, con su Cassio preparado para cronometrar, me miraba con dudas. Yo no podía echarme atrás. Allá voy, dije, y cerré los ojos con fuerza.
Noté de pronto un cosquilleo que se extendía hacia arriba. Mentalmente iba calculando el tiempo de forma que, cuando llegué a catorce, ya me sentí ganador y quise dejar el record lo más lejos posible para que nadie de la pandilla me quitara ese honor. Noté que algo llegaba al cuello, bajaba por el pecho, la tripa y continuaba por las piernas. Comencé a gritar como si así fuera menor el suplicio. Al final, abrí los ojos cuando no podía aguantar el picor de la cabeza. Vi a Santi totalmente impresionado, incapaz de cerrar la boca, y detrás vi también a mi madre que corría hacia mí con la mano levantada.
¿Tu eres bobo o qué? y del guantazo que me dio, me tiró a la piscina. Miles de hormigas se quedaron flotando mientras Santi tirado en el césped se partía de risa.
Han pasado treinta y cinco años y nos seguimos riendo cada vez que vemos un hormiguero. Una noche, a las tantas, Santi me dijo que el record estaba a punto de caer...
Llegó mi turno. Santi, con su Cassio preparado para cronometrar, me miraba con dudas. Yo no podía echarme atrás. Allá voy, dije, y cerré los ojos con fuerza.
Noté de pronto un cosquilleo que se extendía hacia arriba. Mentalmente iba calculando el tiempo de forma que, cuando llegué a catorce, ya me sentí ganador y quise dejar el record lo más lejos posible para que nadie de la pandilla me quitara ese honor. Noté que algo llegaba al cuello, bajaba por el pecho, la tripa y continuaba por las piernas. Comencé a gritar como si así fuera menor el suplicio. Al final, abrí los ojos cuando no podía aguantar el picor de la cabeza. Vi a Santi totalmente impresionado, incapaz de cerrar la boca, y detrás vi también a mi madre que corría hacia mí con la mano levantada.
¿Tu eres bobo o qué? y del guantazo que me dio, me tiró a la piscina. Miles de hormigas se quedaron flotando mientras Santi tirado en el césped se partía de risa.
Han pasado treinta y cinco años y nos seguimos riendo cada vez que vemos un hormiguero. Una noche, a las tantas, Santi me dijo que el record estaba a punto de caer...