parasiémprica muchacha

DRAMATIS PERSONAE:

El padre Antero, cura del anacronópete.
Clara Linares, no la hay más bonita.
David Mariné, poeta de la herrumbre.



Acto II


El padre Antero abre la puerta de la panadería, que deja tras de sí un son de cascabeles. La estancia se encuentra iluminada de ámbar y amarillos, el sol entra vehemente por el escaparate donde todo tipo de dulces y panes siembran el aire de un agradable olor a mantequilla.

Clara Linares está de espaldas maniobrando en los hornos, bajo el gorrito le asoman tres mechones como tres mañanas claras. El padre Antero se descubre y carraspea.

-Buenos días, rubia.

Clara Linares se vuelve despacio con las manos todavía en las harinas. Los ojos son dos cielos de Dios. Al padre Antero se le vienen las bellezas al cielo de la boca.

-Uy, Miguelito, que no te había oído entrar. ¿Cómo tú por aquí tan pronto?

El padre Antero da la vuelta al mostrador levantando la compuerta y se acerca a Clara, que empieza ya a ruborizarse. La coge del codo con ternura y por primera vez en veinte años la mira a los ojos.

-Tenemos que hablar. ¿Podemos pasar a la trastienda?

Clara asiente con la cabeza sin hablar, y sin hablar gira la llave de la puerta y hace pasar a Antero al pequeño cuarto del almacén. Luego cierra tras de sí y queda con la espalda contra la misma puerta.

-¿Qué pasa, Miguel? Me estás asustando.

Antero no dice nada, la mira largamente como quien ve pasar el ocaso, parece conmovido. Clara Linares advierte que el cabello de Miguel Antero es negro azabache sin ni una sola cana a la vista, el alzacuellos ha desaparecido para dejar paso a la camisa blanca de labrar con sus bonitos lamparones de tierra. La puerta de la trastienda es ahora un olivo frente a la huerta, la panadería un campo. En la mitad del desconcierto Miguel Antero besa a Clara Linares en la boca, que ya no es la boca, es Clara Linares toda ella, y el beso dura una larga eternidad. Luego Miguel Antero aparta sus dieciséis años de trémulo despertar del cuerpo conmovido de Clara Linares y la mira a los ojos.

-Nos han escrito, Clarita. Tú y Yo no somos, niña. Somos un invento.

-¿Qué dices, hombre de Dios? tú has bebido...

-Que no, Clarita, que no... Que no somos, niña. Que no somos.

-¿Pero qué dices Miguel, cómo va a ser un invento este beso y este tacto? ¿Y los años? ¿Y el silencio? ¿Y los daños? Tú, yo, esta mala vida... No te creo. No te creo. Lo dices para dañarme. Eres malo.

-Que no, princesa, que no, que nos han escrito, que no somos. Que tú y yo no somos, niña. Que no somos.

Clara Linares se pone las manos en la cara y se echa a llorar. El padre Antero se calza la boina y se ajusta el alzacuellos. Despacio va saliendo de la trastienda oliendo a mantequilla y embobado en ámbar. Abre la botella del bolsillo. Clara sale entonces visiblemente afectada, más bonita que una aurora.

-Miguel, Miguel... ¿Vendrás mañana?

-Cada puto día de Dios, niña. -glugluglú-  Cada puto día de Dios.

Y cierra la puerta de la panadería dejando tras de sí un bonito son de cascabeles.



Entreacto



El padre Antero sale a la plaza de Corbentraz, donde el biruji ya va arrugando a los chuchos y a las viejas. Se aprieta la bufanda. Un tipo guapo de unos cuarenta está en un banco leyendo mariconadas con las patas cruzadas y fumando paraísos.

-Oiga joven, joven...

-Sí, diga padre. Buenos días.

-Buenos días joven. Le quería yo preguntar si no es indiscrección... si le han escrito a usted.

-¿Cómo que si me han escrito?

-Sí, sí -glugluglú- que si es usted ficción de mierda. Que si se lo han inventao.

-Ah, no. qué va... Yo soy poeta, padre.

El padre Antero lo mira de soslayo desde un trago largo de profesional.

-La puta de Dios. Este pueblo es el descojone.- glugluglú.


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