DC(2012): Invadir Zaragoza

Andando por la Diagonal el día después de la huelga, bajo los carteles de Artur Mas arropando la voluntad de un pueblo, a uno le entran ganas de invadir Zaragoza. Y eso que no suena Wagner de fondo. En ese estado, doy gracias por no tardar en encontrarme de frente con uno de los anuncios con los que el Banco de Sabadell está vendiendo el seny catalán por toda España, -¿quién dijo que no había miedo a la independencia?-,  con el rostro pétreo y la mirada profunda de Carles Puyol, que atempera mis sobrevenidos fervores patrióticos. A veces uno flirtea con la idea de sumarse a esa mayoría que retrata con profusión TV3, porque esto de nadar a contracorriente empieza a ser muy cansado.

Atajado cualquier tipo de desvarío político, vuelvo a mis labores periodísticas. Osea,  ser la sombra de Alicia Sánchez-Camacho hasta el 25N. Hoy toca una visita matutina a un bonito asilo en Sant Just, comandado por unas simpáticas monjas. Les tengo cariño a las monjas, recuerdo de aquellos años de colegio en el que me iniciaron el el alcoholismo con esa agua del Carmen que nos daban al primer síntoma de flaqueza. ¡Cuantas visitas al ambulatorio con excusas peregrinas! La residencia tiene, además de las monjas, otras ventajas aparentes. Es amplia, soleada, limpia, silenciosa, no se ven banderas colgadas en los balcones y se puede pasar el tiempo sentado en un hermoso jardín con un grupo gnomos de piedra.  No dudo, pues, en apuntarme a la lista de espera, que la vida es un tris y nunca se sabe.

Si jugara a ser un cronista cabrón cogería la agenda de la candidata del PP de la última semana y titularía: Después de visitar a pobres, deficientes, inmigrantes y niños, hoy toca tratar de convencer a los jubilados. Pero no lo haré. Los votos de la tercera edad son una deseada presa para todos los partidos, sin excepción. Y los actos electorales en estos refugios otoñales son otro de los clásicos de las campañas, que se repiten una y otra vez.

No sé cuantos he visitado ya, pero la conclusión es clara: amigo, esto de hacerte viejo es una putada. Otra conclusión es la del poder de los medios de comunicación. Siempre aparece en estas visitas un tipo de abuelo cabrón y rebelde, papel que en algunos casos ejerce un enfermero quemado tras decenas de horas extras. Estos rebeldes cabrones se caracterizan por el hecho de que, nada más llegar la prensa, empiezan a rajar en voz alta, mirando a los lados, sobre el candidato de turno y la clase política en general. “Yo a ese no lo quiero ni quiero ver, los políticos sólo vienen ahora a pedir el voto y después desaparecen. Marchémonos de aquí”. Una coherente reflexión que intentan transmitir con vehemencia, fanfarronería y gesto de convicción a sus compañeros, con la esperanza de que una rebelión saque los colores al candidato.

Nunca tienen éxito. O sí. Cuando el político de turno se acerca a la zona donde se encuentran, y con él decenas de cámaras de televisión y fotografía, nuestro rebelde cabrón se transforma repentinamente en un forofo del político, al que sólo falta blandir su carnet de militante.  Se abrazan a él, le desean suerte en las urnas y le estrechan la mano prometiéndo su voto. Terminado el show,  el rebelde cabrón convertido en devoto se acerca a los periodistas para preguntar:  ”¿Y esto cuando sale en la tele? ¿En qué canal lo echan?”. Y se marcha soñando con los minutos de gloria que le esperan en el próximo telediario.


Archivado en: Diario de Campaña (2012), política Tagged: 25N, asilos, elecciones, política

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