Ayer volvía a casa a las dos de la mañana cuando el camión de la basura me taponó en una calle estrecha del centro. Cada veinte metros paraba para descargar contenedores. Yo, sentado en mi coche, alumbraba con los faros halógenos aquel espectáculo. Cientos de bolsas de basura trituradas que desaparecían de repente para pasar al más allá. Era hipnótico. Magnético. Al llegar al quinto contenedor, antes de que por fin quedara liberado, salí del coche y tiré el sobre con el informe médico.
Hoy en el trabajo todo el mundo me ha dicho que tengo mejor aspecto.