Paul, aunque todos le llaman Polo, tiene 14 años y vive junto con su madre, su hermana y su padre en un suburbio de Paris rodeado de inmigrantes. Ellos son franceses pero pasan los mismos apuros, o más, que cualquier inmigrante venido, en su mayoría del norte de África. La única fuente de ingresos que tienen es el trabajo de su padre, que se dedica a la limpieza de edificios, ya sean bibliotecas, discotecas o casas particulares. Polo suele ayudar a su padre siempre que puede, y el padre agradece que le acompañe, no ya por la ayuda que pueda ofrecer, sino por la compañía, por estar juntos padre e hijo y hablar.
Este es uno de los puntos fuertes de la novela, la relación paternofilial que se da entre ambos. Por un lado, como ya he comentado, el padre quiere pasar el mayor tiempo posible con su hijo (ha renegado de su hija desde que se quedó embarazada y abortó); del otro lado, Polo siente, como cualquier chaval adolescente, una relación de amor odio hacia su padre. No le perdona que sea mujer de la limpieza y se avergüenza de ello, sin embargo quiere a su padre por encima de todas las cosas. Se produce una dicotomía entre las ganas de emanciparse de los lazos familiares y la seguridad y protección que le ofrece su padre.
Contada en primera persona por Polo, la voz del chico es particularmente cómica e incisiva, libre de cualquier tipo de prejuicio. Utiliza un lenguaje y una lucidez impropia de un joven de su edad. Construída con frases cortas y directas, nos encontramos ante una novela muy divertida y envolvente que, bajo una aparente ligereza, se esconde una profunda crítica social a los estamentos establecidos, centrado en la sociedad francesa pero extrapolable a otros territorios.