la pecera


Eternizado en los infinitos sin ella
me enamoré de sus instantes
como un can famélico
que ladra a Jesús en la basura.

Me entregué a sus ínfimos segundos,
esa efímera y eterna compañía
que iba saliéndose de entre mis dedos
como sangre de una herida,
transparente y limpio caño de agua clara
que dejó tras de sí
dos manos libres de tiempo y de microbios,

me entregué a los ratos vaporosos,
oasis que al reír
pintan las horas de futuro
porque en ellos estuvo y está
lo mejor de esta seria eternidad,

en aquellos sus minúsculos espacios
cristalinos, pacíficos, serenos,
buenos,
donde tan encerrado y libre
este pez rojo palpitante
descubrió el más lindo infinito
en el bucle de una pequeña pecera.

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