"No, you are not a gay. I am the gay. You're probably just a little bit poofy!" (Little Britain)
BBC |
Me tomo un café en Flirt, como cada tarde, antes de aventurarme a investigar la vida gay de esta claustrofóbica localidad inglesa. Flirt no es una cafetería de ambiente pero, según me cuentan, los dueños son gays y de ahí la atmósfera cool y gayfriendly que se respira. Son las siete de la tarde. Jandro ya se ha ido a trabajar.
Para lo pequeño que es Bournemouth, tiene bastantes garitos para homosexuales. Están todos concentrados alrededor de un cruce de calles al que llaman The Triangle. Juraría, a simple vista, que hay más que en Glasgow, aunque eso no es difícil. Voy sin paraguas, como siempre, porque el viento me los rompe todos, resguardándome de la lluvia bajo el absurdo gorro que incorpora mi chaqueta. No parezco gay ni turista. Parezco el tonto del pueblo. Es martes y no albergo demasiadas esperanzas.
Las discotecas están cerradas porque es pronto todavía. Puede que ni siquiera abran hoy. Así que entro a uno de los pubs que, si no fuera por la banderita de arcoíris, pasaría por un bar cualquiera. La puerta está cerrada, supongo que por el frío. En un cartel se puede leer el nombre del lugar: Banksome Arms. Empujo la puerta. Yo no soy muy fuerte, pero tengo la sensación de que cuesta abrirla más de lo normal. La madera vieja y mojada produce un chirrido digno de película de terror. Entro despacio. Mis pasos resuenan sobre el suelo astillado. Hacen eco. Voy dejando huellas con las suelas mojadas. Al fondo, en la barra, cuatro tipos se han girado en silencio a mirarme fijamente. A pesar de los truenos de fondo, esto no es una película de miedo, como pensaba: es un western gay. Las paredes están adornadas con cuadros de torsos de modelos masculinos. Me acerco despacio al camarero. En mi cabeza, suenan las espuelas a cada paso. El tipo está secando un vaso con un trapo y le digo:
—Half a pint of Foster's, please.
A partir de ese momento empiezan a hacerme un poco menos de caso. Desde ahí, me percato que hay una mesa en un rincón con varios clientes más. En total debe haber unas diez personas aquí. El más joven me saca 20 años. Decido sentarme solo en un rincón, en la otra punta. Saco mi libreta y me pongo a escribir hasta que me termino la cerveza y me marcho. Salvo algunas miradas esporádicas, no me han hecho mucho caso.
Sobrevivir al primer sitio me envalentona y pruebo en otro. Este tiene la puerta abierta y más oscuridad. Juega con la estética de prostíbulo: sofás, lamparitas, cojines de terciopelo, bombillas de cabaret... Se llama DYMK que por lo que leo en un póster es el acrónimo de Does your mother know? Puede que las madres de los chicos de Bournemouth "no lo sepan" y por eso no hay nadie aquí, excepto una pareja de cuarentones desmejorados y un camarero calvo con frac blanco de coctelería. La barra está en el centro y forma un rectángulo con los asientos alrededor.
—What's up? —dice el probable dueño.
—Hi —digo—. Can I have a pint of Tennent's, please?
—Yes, sir.
Le pago al momento, pues no tengo intención de quedarme mucho tiempo. Tengo ciertas dificultades todavía para reconocer el valor de los céntimos. Es algo que nunca se me da bien. Pero el hombre tiene la amabilidad de ayudarme. Es como uno de esos personajes homosexuales de series de televisión que incluyen un gay divertido para parecer más modernas. Durante los siguientes diez minutos, me quedo mirando el televisor que tengo enfrente y repite una y otra vez videoclips de divas de los ochenta. La pareja de cuarentones se morrea y charla animadamente delante de mí a la derecha. Uno de ellos es delgado, con gafas y piel color blanco nuclear. Tiene pinta de pasar horas y horas en la oficina bajo montañas de papeles. El otro es más peludo y moreno. Parece un leñador. Yo ya estoy tan aburrido que ni escribo. Tengo la libreta guardada en el bolsillo de la chaqueta. Entonces, el blancuzco se levanta y se va al baño. Yo intento distraerme mirando la decoración, cuando de repente: un silbido. ¿Me ha silbado el leñador o me estoy volviendo loco? Al principio, no me atrevo a mirar, pero entonces vuelve a silbar y esta vez estoy seguro. Le lanzo una mirada desagradable intentando protegerme. Y es ahí cuando aprovecha para lanzarme un beso y guiñarme un ojo.
Con eso tengo suficiente por hoy. Cojo mi chaqueta y me levanto dispuesto a irme de allí. El camarero me pregunta si ya me voy. Le digo: "Yes". Y añado, expresándome como puedo, que el local hoy no está muy animado. A lo que él responde que no está mal. Que por lo menos hoy he venido yo.
ENGLAND:
Para lo pequeño que es Bournemouth, tiene bastantes garitos para homosexuales. Están todos concentrados alrededor de un cruce de calles al que llaman The Triangle. Juraría, a simple vista, que hay más que en Glasgow, aunque eso no es difícil. Voy sin paraguas, como siempre, porque el viento me los rompe todos, resguardándome de la lluvia bajo el absurdo gorro que incorpora mi chaqueta. No parezco gay ni turista. Parezco el tonto del pueblo. Es martes y no albergo demasiadas esperanzas.
Las discotecas están cerradas porque es pronto todavía. Puede que ni siquiera abran hoy. Así que entro a uno de los pubs que, si no fuera por la banderita de arcoíris, pasaría por un bar cualquiera. La puerta está cerrada, supongo que por el frío. En un cartel se puede leer el nombre del lugar: Banksome Arms. Empujo la puerta. Yo no soy muy fuerte, pero tengo la sensación de que cuesta abrirla más de lo normal. La madera vieja y mojada produce un chirrido digno de película de terror. Entro despacio. Mis pasos resuenan sobre el suelo astillado. Hacen eco. Voy dejando huellas con las suelas mojadas. Al fondo, en la barra, cuatro tipos se han girado en silencio a mirarme fijamente. A pesar de los truenos de fondo, esto no es una película de miedo, como pensaba: es un western gay. Las paredes están adornadas con cuadros de torsos de modelos masculinos. Me acerco despacio al camarero. En mi cabeza, suenan las espuelas a cada paso. El tipo está secando un vaso con un trapo y le digo:
—Half a pint of Foster's, please.
A partir de ese momento empiezan a hacerme un poco menos de caso. Desde ahí, me percato que hay una mesa en un rincón con varios clientes más. En total debe haber unas diez personas aquí. El más joven me saca 20 años. Decido sentarme solo en un rincón, en la otra punta. Saco mi libreta y me pongo a escribir hasta que me termino la cerveza y me marcho. Salvo algunas miradas esporádicas, no me han hecho mucho caso.
Sobrevivir al primer sitio me envalentona y pruebo en otro. Este tiene la puerta abierta y más oscuridad. Juega con la estética de prostíbulo: sofás, lamparitas, cojines de terciopelo, bombillas de cabaret... Se llama DYMK que por lo que leo en un póster es el acrónimo de Does your mother know? Puede que las madres de los chicos de Bournemouth "no lo sepan" y por eso no hay nadie aquí, excepto una pareja de cuarentones desmejorados y un camarero calvo con frac blanco de coctelería. La barra está en el centro y forma un rectángulo con los asientos alrededor.
—What's up? —dice el probable dueño.
—Hi —digo—. Can I have a pint of Tennent's, please?
—Yes, sir.
Le pago al momento, pues no tengo intención de quedarme mucho tiempo. Tengo ciertas dificultades todavía para reconocer el valor de los céntimos. Es algo que nunca se me da bien. Pero el hombre tiene la amabilidad de ayudarme. Es como uno de esos personajes homosexuales de series de televisión que incluyen un gay divertido para parecer más modernas. Durante los siguientes diez minutos, me quedo mirando el televisor que tengo enfrente y repite una y otra vez videoclips de divas de los ochenta. La pareja de cuarentones se morrea y charla animadamente delante de mí a la derecha. Uno de ellos es delgado, con gafas y piel color blanco nuclear. Tiene pinta de pasar horas y horas en la oficina bajo montañas de papeles. El otro es más peludo y moreno. Parece un leñador. Yo ya estoy tan aburrido que ni escribo. Tengo la libreta guardada en el bolsillo de la chaqueta. Entonces, el blancuzco se levanta y se va al baño. Yo intento distraerme mirando la decoración, cuando de repente: un silbido. ¿Me ha silbado el leñador o me estoy volviendo loco? Al principio, no me atrevo a mirar, pero entonces vuelve a silbar y esta vez estoy seguro. Le lanzo una mirada desagradable intentando protegerme. Y es ahí cuando aprovecha para lanzarme un beso y guiñarme un ojo.
Con eso tengo suficiente por hoy. Cojo mi chaqueta y me levanto dispuesto a irme de allí. El camarero me pregunta si ya me voy. Le digo: "Yes". Y añado, expresándome como puedo, que el local hoy no está muy animado. A lo que él responde que no está mal. Que por lo menos hoy he venido yo.
ENGLAND: