Imagen: Pierre Versailles |
Ayer estuve viendo las películas de súper8 de mi infancia. Una de ellas era una obra de teatro en el colegio. Mi madre me había puesto unos leotardos marrones, un jersey verde de cuello alto y un verdugo a juego. Luego había cogido tres hojas del arce del jardín y me las había cosido al pecho. Hacía de árbol, y junto a otros niños formábamos un bosque. Debido a mi timidez, nunca me daban papeles de protagonista, se suerte que siempre me ponían al fondo, donde ni se me veía. Recuerdo los esfuerzos de mi padre por verme en su tomavistas sentado en primera fila. Pero nada, ni un segundo se me ve en la película. Tan sólo al final se intuye una de mis manos, cuando una supuesta ráfaga de viento movía las ramas de los árboles.
En fin, no me he visto, pero sé que estaba allí y que era feliz.