SkyFall, ¿James Bond ha muerto?
Por Juan Laborda Barceló.
No, no ha muerto. El agente 007 tan sólo está en crisis. El espía más famoso y menos discreto de la literatura y el cine está pasando por sus horas más bajas. Eso no dice nada bueno de nuestros días.
Normalmente Bond acostumbra a tener un pulso firme como el acero, una mirada heladoramente cálida y un desparpajo dialéctico impropio de sus prosaicas labores. Ni las beldades más despampanantes, ni los villanos más taimados (ni siquiera el excesivo consumo de Vodka-Martini, por supuesto mezclado, no agitado…) logran hacerle errar el tiro, parece inmune a sus peligrosos efectos. Por ello, si James Bond no es capaz de acertar a un blanco fijo a escasos metros, es que ha dejado de ser James Bond. No en vano es una de sus señas de identidad, repetida hasta la saciedad en los inicios de cada entrega.
En esta nueva propuesta de la saga el personaje chulesco, elegantemente canalla, descarado y rudo, que gestara Ian Fleming en sus textos, ha quedado notablemente desdibujado. Entiendo, aunque no comparto, que en este mundo de angustiosas y caducas postmodernidades haya que reinventar los mitos y los héroes a cada rato. Le concedo al director de la cinta el hecho de que un hombre normal, de carne y hueso, sometido a las presiones bestiales del sufrido agente secreto podría hacer crack. Admito, por tanto, la coherencia del giro del guión hacia lo psicológico, pero su uso distorsiona la esencia del personaje en cuestión.
Nadie que haya pagado una entrada (con su abultado IVA y todo) para ver en la gran pantalla “una de 007” quiere enfrentarse a esas diatribas emocionales. Parafraseando a Houston en El Halcón Maltés, si algo está hecho de la materia con la que se construyen los sueños, ese es el imaginario colectivo sobre James Bond. No deseamos ver a un ser humano afligido, dubitativo, psicoanalizado hasta el extremo y cuestionado- eso cuadraría para un parte del metraje, pero no como centro del mismo-, lo que anhelas ver es a ese espía portentoso que con uno de los inverosímiles inventos de “Q” salva al mundo en el último segundo. No importa tanto la trama: el cine de espías goza de muy buena salud y es capaz de reinventarse constantemente, volando de la guerra fría al ciberespacio sin perder intensidad.
Desperdiciar el físico brutal y contundente de Daniel Craig entre giros freudianos, se nos antoja un despilfarro inadmisible en estos tiempos de ajustes y estrecheces. No se engañen, Sam Mendes es un buen director que resuelve la papeleta con solvencia. Su error ha sido “crear” un nuevo Bond (síntesis fallida de lo nuevo y lo viejo) y hacer, por tanto, que se desvíe así en su último disparo (por muy buen villano que sea Javier Bardem).
Los cinéfilos más amantes del cine clásico podrán gozar o padecer con los homenajes un tanto zafios del film: El embrujo de Shangai, Perros de paja y Apocalypse Now, aprécienlos quienes puedan.