Claro que a menudo se nos olvida lo bonita que es esta ciudad. No sólo porque esté muy vista o porque hayamos caído en la ceguera de la rutina. En realidad, cuando a una ciudad le ponen un espejo delante es muy posible que acabe disfrazándose de sí misma. Se engalana para que el reconocimiento sea más rápido, para que nadie se haga una idea equivocada de lo que es o tiene que ser. Santiago ya hace años que se ha descubierto a sí misma y en ese saberse querida y hermosa se ha ido contaminando de artificios. Eso pasa en otras ciudades, y sólo con suerte o con insistencia acabamos encontrando a la ciudad por debajo de los cortinajes que le han puesto. Por supuesto, nuestra ciudad ahí sigue; es difícil arruinarla completamente. Pero hay momentos en los que parece más verdadera, más inocente. Es una ciudad casi perdida, o al menos todavía no descubierta. Es algo pasajero, cosa del momento. No hay nadie en la calle, la Quintana vacía, es de noche, olvidada la ciudad de sí misma. Conserva el misterio, lo antiguo también es viejo, o lo parece. Los pasos suenan a paso, y el eco nos trae olores de otro siglo. Hay rumores alegres y tranquilos en las tabernas. Tal cual.