No pertenezco a ningún lugar.
Por eso cuando todos se vayan sólo quedarán esta mañana de luz líquida y los pájaros muertos. El sol alzándose indiferente más allá de las azoteas y las plazas vacías, arrasadas por la tormenta.
El mundo al otro lado del cristal.
Pero hay algo que se resiste a morir, que se remueve por dentro como una lagartija; algo vivo y escurridizo entre la sangre y la lluvia. Lo he pensado esta tarde al detenerme de camino a casa: he sabido que me estabas llamando y, sorprendida, he aceptado el juego.
A esto también sobrevivimos.
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