Puede que no haya nada más absurdo que no ser feliz. Y, en cambio, la felicidad parece una práctica de la que sólo se sienten capaces los irresponsables, los idiotas. Es un don que dios le ha dado a los inconscientes, para compensar no se sabe qué desequilibrios. Los inteligentes se amargan mucho, y ya no digamos los inteligentes de izquierda. Ser feliz, como tara. Quizá sea así porque ser feliz, en general, es toda una frivolidad, la mayor, y también terriblemente aburrido. No hay más que ver, la verdad, a los que presumen de felicidad; llevan una vida tristísima. No dejan de divertirse ni un momento, van de aquí para allá sin parar, y siempre están rodeados de amigos (bueno, conocidos, o gente) y su mujer e hijos les hacen la ola cada día. Puede que haya otro tipo de felicidad; la de los cartujos. Es el otro extremo. También del aburrimiento.
Es una época hermosa la nuestra para amargarse. No sólo se dan las condiciones sociales y económicas, sino sobre todo las estéticas. No hay cosa que le siente mejor a una belleza que unas gotas de amargura. Se diría que en ese rostro nublado encontramos la mejor razón para el amor. Watzlawick, ese gran psicólogo austríaco, decía en El arte de amargarse la vida: "Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna experiencia personal con un par de contratiempos."
Fue Borges el que escribió; "He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz." Sospecho que Borges hubiera llevado una vida parecida a la que llevó si volviera a nacer como Borges. Por lo tanto, su no felicidad es la no felicidad elegida por él día tras día. Es pura nostalgia al pensar en el que fue. Siente que se merecía mucho más.
En Tristana, que acabo de leer (decepcionante en muchos aspectos), se dice al final: "¿Eran felices uno y otro?... Tal vez."
Sí, quizá sí, eran felices, porque ya se habían olvidado de querer ser felices. Es decir, de sí mismos.
La verdadera felicidad debería ser siempre un poco secreta. Para no amargar a los demás.