Mi vecina me ha pedido, por favor, que deje el piano. Dice que con cuarenta y seis años es imposible que aprenda. Ya no puede soportar más escalas interminables ni arpegios imposibles. O lo dejas o me voy, me dijo hace un par de semanas.
La ventana de su habitación está enfrente de la mía y últimamente no cierra las cortinas a pesar de que sabe que la miro. Por eso, hoy viene un tipo a casa; ha respondido a mi anuncio y quiere comprarme el piano.