Cerré el libro y salí al andén como cada día. Iba pensando en mis cosas subido en las escaleras mecánicas cuando me di cuenta que me había confundido de estación. Miré el plano y comprobé que aquella no era ni siquiera mi ciudad. Salí a la calle y, en perfecto alemán con acento vienés, pregunté por el café Bräunerhof. Al pasar por un escaparate me vi reflejado y no me reconocí. Luego, al llegar al café, me vi en una fotografía que colgaba de la pared.
Café Bräunerhof, Viena. |