artista invitado: El Conde


Forense “en las rocas”:

Habían pasado siete días de los diez que me había dado de plazo el jefe y todavía no habíamos podido sacar nada en claro. Teníamos el tema de los caballos encontrados, todavía pendiente. Sólo sabíamos que el primero era blanco, que el segundo estaba totalmente pintado de rojo con la sangre del militar y el tercero era un caballo negro azabache. Sin testigos y sin huellas. Formas de proceder parecidas nos llevaron a la conclusión que estábamos hablando de la misma persona en los tres crímenes. Decidí volver a casa porque tanto aire puro del campo me estaba matando, pero pensando que estábamos seguramente en presencia de un asesino serial. Y mucho peor, que no sabíamos cuando iba a dar su próximo golpe. Teníamos a toda la policía estudiando el tema de los caballos, se estaban reforzando las guardias en los hipódromos, las caballerizas, los clubes de polo y todos los lugares relacionados con estos animales.
Al llegar a casa me sorprendió encontrar una carta en el buzón, sobre todo, porque no tenía remitente. Eso me daba la certeza que la habían traído personalmente.
La carta decía:
Estimado inspector Moya, lamento mucho los problemas que le estoy ocasionando con respecto a su trabajo. El hecho de involucrarlo es totalmente involuntario. Sólo quería que sepa que esto está llegando a su fin y muy pronto no tendrá más noticias mías. Firmado, Juan.
-          Pero ¿Quién es el desgraciado que mandó esta nota?
-          Parece ser obra del asesino. Y por lo visto está bastante cerca nuestro. Encima deja su nombre.
En ese momento sonó el teléfono, era Gastón.
-          Inspector, ¿Puede venir a la morgue ahora que el doctor tiene algo que mostrarle?
-          Ya salgo para allá.
Al llegar, estaban esperándome en el hall de entrada, Gastón y el doctor Forester.
-          Doctor, buenos días. Hola Gastón.
-          No tan buenos inspector.
-          ¿Qué pasó doc?
-          Hace unos días que le di a mi ayudante Marcos que termine el informe de las tres víctimas que está investigando y desde entonces no ha vuelto por aquí.
-          ¿Todavía trabaja con ese sujeto?
-          Digan lo que digan, trabaja bien inspector.
-          Está bien. Si usted lo dice...
-          ¿Y cuál es el problema doctor, no está enfermo?
-          No, eso es lo raro.
-          Marcos no falta nunca y en la casa no hay nadie. Llamé yo personalmente.
-          Bueno. Gastón y yo iremos hasta el domicilio a ver si lo encontramos.
-          Se los agradezco.
Mientras salíamos de la morgue, Gastón me preguntó:
-          ¿Por qué le preguntó al doctor si seguía trabajando con ese ayudante, lo conoce?
-          Ese tal Marcos tiene fama de gustarle la necrofilia.
-          ¿Me está hablando en serio, inspector?
-          Como lo oyes. Aparentemente lo encontraron un día sobre el cuerpo sin vida de una jovencita de diecisiete años. Estuvo un tiempo haciendo otras tareas, pero como tiene buenos contactos en la jefatura, recuperó su antiguo puesto.
-          Hay gente para todo, jefe.
Al pasar por el puesto de recepción del edificio, el guardia de seguridad nos detuvo:
-          ¿Inspector Moya?
-          Sí.
-          Lo llama el doctor Forester del tercer piso.
-          Ah, gracias.
-          Doctor, ¿me olvidé algo?
-          No inspector, suba por favor, es urgente.
-          Pero, ¿Qué pasa?
-          Suba que quiero que vea algo.
-          Bueno, voy para allá.
-          ¡Volvamos Gastón que no se que le pasa al doctor Forester!
Subimos los tres pisos por el ascensor, y al abrirse las puertas automáticas, el doctor estaba esperándonos con expresión desencajada.
-          ¿Se siente bien doc?
-          Marcos, apareció.
Miré a Gastón y nuevamente a Forester sin pronunciar palabra.
Era obvio que ese silencio significaba ¿Y qué tiene de raro que aparezca Marcos?, pero no podía decírselo por respeto.
-          Entiendo su silencio inspector, mejor venga conmigo para poder entender.
Entramos y no lo podía creer.
En una de las bandejas del freezer donde se conservan los cadáveres, estaba Marcos. Boca arriba, desnudo y con los genitales seccionados.
-          ¿Cómo lo encontró?
-          ¡Por esto! Dijo el doctor mientras le mostraba un caballito de plástico de color verde, con el numero diecinueve pintado en el lomo.
-          ¿Puede explicarme, doctor? La verdad es que no entiendo nada.
-          Sí, disculpe inspector. Todavía estoy algo shockeado por la noticia.
-          Este caballito de plástico verde era de Marcos, lo tenía siempre sobre el escritorio. Cuando se retiraron ustedes, me acerqué al escritorio de él para ver si encontraba algo que me dijera donde podía estar. Algún teléfono, alguna dirección. Quizá podría haber dejado algo anotado por ahí. Al ver el caballito, me llamó la atención el numero diecinueve que tenía pintado sobre el lomo. Me quedé pensando un poco y mirando alrededor lo vi, vi el maldito número diecinueve en el frente del freezer. Prácticamente de un salto llegué hasta el freezer, tomé la bandeja con ese número y jalé de la manija.
-          Y acá está. Desmembrado.
-          Gastón, avisa a seguridad que cierre el edificio y no deje entrar ni salir a nadie hasta que les avise.
-          No hace falta, inspector. El asesino no está aquí.
-          ¿Por qué lo dice doctor?
-          Por la coloración en la piel de Marcos. Lleva más de tres días congelado.
Hubo un gran silencio en el lugar.
-          Doctor fíjese si puede estudiar el cadáver y pasarme el informe lo antes posible, yo voy a estar en casa.
-          Está bien inspector.
Y así, apesadumbrados, fuimos a casa con Gastón. Durante el viaje le conté de la nota que había recibido de ese tal Juan.
No sabía que decirme.
Al abrir la puerta de mi departamento vi en el piso otro sobre igual al que había recibido anteriormente. Lo abrí, luego de constatar que no tenía sello alguno ni remitente, o sea, que alguien lo había traído personalmente.
Como era de esperar, era de la misma persona.
Estimado inspector Moya:
Como ya le había dicho, ya no va a tener más noticias mías. El trabajo está hecho. Sólo impartí un poco de justicia en este mundo. Espero no traerle muchos problemas con todo lo que pasó. Me despido de usted, y para que vea que lo estimo, voy a recomendarle un libro.
Juan.
En eso golpean la puerta. Era el portero del edificio.
-          Inspector Moya, trajeron esto para usted.
-          ¿Qué es, Alfredo?
-          Una encomienda. La dejaron esta mañana.
-          Viste quien la trajo.
-          Aquí la trajo un empleado de la empresa de encomiendas.
-          Está bien Alfredo, gracias.
-          No tiene por qué agradecerlo, es mi trabajo. Dijo el encargado con cara de pobrecito para ver si ligaba alguna propina que como era de esperar nunca llegó.
Sin esperar un minuto, abrí la caja que estaba envuelta en un papel madera de color marrón.
Antes constaté que no hiciera ningún ruido parecido a un tic, tac. Por las dudas...
Tendría que haber llamado a la gente de explosivos, pero el tiempo se me consumía muy rápidamente y mi ansiedad podía más que cualquier otra cosa.
-          ¿Qué es inspector? Preguntó Gastón.
-          ¡Una Biblia!
-          ¿Una Biblia?
-          Sí, una Biblia.
-          Pero, no entiendo.
-          Yo tampoco, Gastón. Pero algún significado debe tener. Así que voy a sentarme a leer esta Biblia, por primera vez en mi vida, a ver si descubro algo.
-          Bueno, yo voy a investigar en la empresa de encomiendas para ver si tienen el nombre de la persona que contrató sus servicios para traer este paquete.
-          Está bien Gastón. Si sabes de algo avísame.
-          Nos vemos, jefe.
De esa manera me senté cómodamente en mi sillón favorito, dispuesto a una larga lectura.
Leía y pensaba. Pensaba y seguía leyendo. Con la esperanza de encontrar algo que me ayude a descifrar una punta de esta historia. Hasta que de pronto, luego de un par de horas de lectura rápida sin demasiado análisis, comencé a distinguir una luz en lo profundo de este túnel. No se como pero mi mente me decía que estaba cerca de una respuesta, pero no me daba cuenta cual era. En eso me llamó Gastón para decirme que el nombre que tenían registrado en la empresa de encomiendas, de la persona que llevó el paquete, era un tal Joaquín Miranda. Pero que no preocupe en investigarlo porque ya lo había hecho él y no existe tal persona.
También me dijo algo que le llamaba la atención de los asesinatos con respecto a la Biblia, y me recomendó que lea una parte en especial.
Entonces sin perder más tiempo me adelanté en la lectura hasta esa parte del libro, y ahí caí en la cuenta de lo que me decía Gastón. Comencé a ver todo más claro. Y de pronto salió a la luz. Lo vi. Pude reconocer la jugada tan bien pensada que había realizado el tal Juan, como si se tratara de una movida de ajedrez.
Ahora todo empezaba a tener un sentido. Esperé un rato hasta que regresó Gastón para comentarle lo que había encontrado.
Como a los diez minutos, golpean la puerta.
-          Gastón.
-          ¿Pudo ver algo inspector?
-          Sí. Creo que ya lo tengo.
-          ¿En serio?
-          Sí.
-          ¡Siéntate y escucha!
-          Sabemos que este Juan lo que hizo, según él, lo hizo para impartir justicia. De hecho las cuatro víctimas tenían lo suyo.
-          ¡Es verdad! Se sorprendió Gastón.
-          El actor parece haber tenido problemas con sus compañeros, además de robarle el papel de rey a uno de ellos. El militar encontrado en la caballeriza, trataba muy mal a sus subordinados. El linyera le debía todo su buen pasar a la usura y a la mentira. Y Marcos, el ayudante del forense, abusaba de bellas jóvenes sin vida.
-          Ahora bien, cada uno tiene un detalle variable y un detalle fijo.
-          ¿Cómo es eso, inspector?
-          Muy fácil, Gastón. Vamos con las variables.
-          En el primer caso es la flecha. También la corona.
-          En el segundo, el sable.
-          En el tercero, la balanza con las monedas y la comida en descomposición.
-          Y por último, la morgue.
-          ¿La morgue?
-          Sí. El mismo lugar del crimen era un dato a tener en cuenta.
-          ¿Y cuáles serían los detalles fijos a considerar inspector?
-          Los caballos.
-          ¡Qué cerca estábamos, Gastón!
-          Está bien, pero ¿qué tiene que ver todo esto con la Biblia?
-          Mucho. Porque el color blanco del caballo del primer caso representa a “la iglesia”. Acuérdate que estaba Jesús en la escena.
-          El color rojo del caballo pintado con la sangre del militar representa “la guerra”. Como así también el sable y hasta el mismo militar muerto.
-          El caballo negro representa “el hambre”. Con la balanza quiso representar la igualdad entre dinero y comida.
-          Y en el último caso, no nos olvidemos del caballo verde que tenía Marcos sobre su escritorio. Éste color representa “la muerte”. Y que más muerte que en una morgue.
-          A ver inspector, comprendo lo que me quiere decir. Pero todavía no me cierra que tienen que ver los colores de los caballos y los símbolos de la iglesia, la guerra, el hambre y la muerte con la Biblia.
-          ¿Sabes que tiene que ver, Gastón?
-          Que este cretino se basó en “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” para cometer los crímenes.
Gastón se quedó mudo, se tomó la cabeza con ambas manos y se agachó, en un claro gesto de impotencia.
-          ¡Ahora entiendo! Dijo al rato.
-          ¿Qué?
-          El por qué del nombre.
-          Juan, es quien tuvo las visiones durante un sueño, y que luego de despertar relató lo que había visto.
-          Es quien relata la historia de los cuatro jinetes. Del Apocalipsis se le dijo porque justamente lo que había visto en ese sueño era que Dios, o sea, la iglesia le relataba la guerra, el hambre y la muerte que asecharían a la humanidad.

Conclusión:

Como les dije al principio de este relato, es imposible lidiar con una mente asesina si no se equivoca, si no comete errores. Y Juan, no los cometió. Evidentemente su cometido era ese, impartir justicia por mano propia sobre algunas ovejas descarriadas y retirarse airoso del ruedo.
Por más que se investigó, no hubo manera de dar con este asesino. Hizo sus movimientos perfectos. Una gran partida de ajedrez. Donde no cometió errores y salió victorioso.
Respetó su promesa de no volver a aparecer. Cesaron las muertes, y eso no es poco.
Todavía no sabemos algunos detalles del caso, como por ejemplo, de donde sacó Juan la información que involucraba a cada una de las víctimas ya que no tenían ninguna relación entre ellos.
Pero bueno, eso ya no es mi problema, porque como les dije al principio, este caso me había marcado de una manera especial. Tan especial que, en mi condición de ex inspector debo decirles que este caso me costó el puesto.
Pues sí, mi jefe no me tuvo compasión.

FIN

El Conde
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