artista invitado: El Conde


Usura mentirosa:

Un nuevo caso me asignó el jefe después de un mes de tenerme como empleado administrativo.
Desapareció un linyera de las calles y hacía cuatro días que no regresaba a su casa. Pero lo más extraño es que no desapareció solo, también se llevaron su carro y su caballo.
Los dos hijos fueron los que reportaron la desaparición. Dijeron que nunca se ausentaba de su casa, que le había tenido que pasar algo.
En un primer momento pensé en un secuestro, pero descarté la idea inmediatamente.
¿Quién iba a pedir rescate por un pordiosero?
Decidí entrevistar a los hijos, y me llevé una gran sorpresa.
Caí en su casa de improvisto, y cuando uno de ellos abrió la puerta, casi se desmaya.
En realidad, casi me desmayo también yo al ver el confort que tenía la vivienda. Pensé que no estaba nada mal para ser la casa de un linyera.
Me di cuenta que el hijo que me atendió evitaba por todos los medios hacerme pasar, pero después de un rato, no tuvo más remedio.
Televisor color, microondas, equipo de música, heladera con freezer nueva, realmente nada mal. Le pedí si me dejaba pasar al baño y asintió, preocupado.
Mientras caminaba por un pasillo que conectaba el comedor con el baño, atravesé la puerta semiabierta de una habitación. Allí alcancé a ojear otro televisor color y una computadora.
Esto, pensé, estaba yendo demasiado lejos.
-          ¿Cuándo vio a su padre por última vez? Le pregunté al salir del baño.
-          El mismo día que desapareció, hace una semana.
-          Desayunamos juntos aquí sentados, mi padre, mi hermano y yo. Luego se fue como todos los días.
-          ¿Usted y su hermano, trabajan?
-          Yo no. Mi hermano a veces acompaña a mi padre y otras veces sale solo.
-          ¿Y que hace?
-          Mi hermano es ciego. Solamente sale a pedir limosna.
-          Entiendo.
-          La habitación que da al baño, ¿es suya?
-          No. Es la de mi hermano. La mía está atrás, con la de mi padre.
-          Bueno, no lo molesto más. Gracias por su ayuda.
Me retiré del domicilio más pensante que nunca. No entendía por qué me mentía este idiota.
¿Para qué querrá el hermano ciego un televisor y una computadora en la habitación?
¿Cómo es que tienen tanto lujo en la casa, si yo apenas puedo mantener mi departamento de un ambiente, con la mitad de las cosas que ellos tienen?
Investigué entonces al supuesto ciego. Lo seguí un día y sí, realmente mendigaba en la calle. Pero solamente en la calle era no vidente, porque al llegar a su casa vi por la ventana como se recostaba en su cama a ver televisión.
Habían pasado tres semanas ya de la desaparición del indigente enmascarado y no teníamos noticias de él. Sus hijos preguntaban cada tanto si había novedades, mientras seguían haciendo su vida normal.
Rastrillamos varias veces la zona por donde se desplazaba normalmente con su carro, pero nada. Preguntamos a los vecinos del lugar. Algunos decían conocerlo, pero nadie lo había visto últimamente.
Esa vida extraña que llevaban me hacía sospechar algo, por eso, fui al departamento de rentas de la ciudad y allí me terminé de convencer que la mano venía torcida de verdad. Con el nombre del desaparecido y el de sus hijos encontré que además del domicilio que visité aquella mañana, poseían dos propiedades más. Una de ellas la alquilaban desde hacía varios años, la otra había quedado vacía hacía unos meses.
Pedí la dirección y me dirigí hasta la casa deshabitada. Al llegar me encontré con un lindo chalet, en una zona descampada. La casa más próxima se hallaba a unos ciento cincuenta metros. Tenía un pequeño jardín adelante y una entrada de coches al costado. Pasé la pequeña pared del frente con facilidad y entré por la entrada para coches, hasta el parque con árboles que había detrás. Al llegar allí escuché un ruido y me quedé inmóvil contra la pared. Me asomé muy despacio y vi que el ruido que había escuchado provenía de un caballo negro azabache atado a un carro, que se encontraba en el lugar.
Ahí caí en la cuenta de que podía ser el caballo del linyera desaparecido. Al acercarme a la puerta trasera olí un olor nauseabundo que casi me hace caer al piso descompuesto. Decidí no hacer más líos de los que venía haciendo, así que, salí de la casa y llamé al jefe por teléfono pidiéndole una orden para allanar el lugar. Le comenté la situación y me sugirió que espere. Mandó un escuadrón armado junto a un grupo de investigaciones al lugar.
Al abrir la puerta casi morimos todos fulminados por el olor a pudrición que venía desde el interior. Entramos con máscaras con filtros a requisar todo. Y allí estaba, muerto.
El linyera se encontraba atado a una silla, como sentado a la mesa. Demás está decir que en avanzado estado de descomposición. Delante de él, una pequeña balanza antigua de dos platos. En uno de ellos había monedas y en el otro, casi equiparando el peso, algunos filetes de carne en total pudrición.
Seguramente, antes de la pérdida normal de peso por la descomposición, el peso de la carne equiparaba al de las monedas.
Ahora bien, ¿que significaba todo esto?
Los peritos trabajaron sin parar durante tres días buscando alguna huella, alguna pista, o simplemente algo, por donde empezar con la investigación.
Créanme, pero parece ser obra de un fantasma. No encontraron absolutamente nada.
El informe del forense decía que el linyera murió de hambre. Estuvo atado desde el mismo día de su desaparición, aproximadamente. También calculó el médico que ese fue el último día que su cuerpo recibió algún alimento, había pasado más de un mes. No sufrió golpes, ni tortura alguna.
Se habló con algunos vecinos de la zona, pero nadie sabía nada. Es más, casi nadie sabía que el cuerpo encontrado era del dueño de la casa.
Estábamos otra vez con las manos vacías, no podíamos encontrarnos con la punta del ovillo. Y lo peor, era que el jefe ya me quería matar. Nos trató de inútiles, a mí y a mi ayudante. Luego a los peritos. Después al forense. Y conociéndolo como lo conozco, creo que a él mismo también.
Me dio un plazo de diez días para investigar algo a fondo y llevarle un informe detallado, sino, tendría que buscarme otro trabajo.
Algo en mí me dijo que iba en serio lo que me había dicho.
Así que le pedí una licencia, para despejarme un poco y tratar de sacar algo en claro.
Luego de dos días de pequeñas vacaciones en una casa de campo que me prestó un amigo, llamé a Gastón y allí en la tranquilidad del campo comenzamos a dialogar.
-          Bueno, ¿Qué tenemos, Gastón?
-          ¿Me habla en serio? ¡Nada!
-          Quiero decir, empecemos por el principio. Del primer asesinato inconcluso, el del actor.
-          ¿Tenemos huellas?
-          Ni una sola en la flecha encontrada.
-          ¿Sospechosos?
-          Algunos compañeros que no lo querían demasiado, pero nada más.
-          ¿Algo más?
-          Creo que no.
-          Bien, del segundo caso, el del militar.
-          Tenemos un sable del siglo XIX, robado hace unos meses del museo militar, sin ninguna huella dactilar.
-          ¿Qué más?
-          Un oficial del ejército, abierto de la garganta al abdomen con dicho sable, por una persona diestra.
-          Un par de subordinados sospechosos por problemas personales con el difunto, pero sin cargos por falta de méritos.
-          Sí, ¿Y qué más?
-          Y un caballo pintado con la sangre del militar, encontrado junto al cuerpo.
-          ¿Y del último?
-          Un linyera muerto por no ingerir alimentos durante un mes.
-          Dos hijos extraños, uno que se hace el ciego para mendigar y el otro que se pasa la gran vida sin trabajar. Además, obviamente, de las propiedades que poseen y la calidad de vida que llevan.
-          Una balanza de dos platos encontrada sobre la mesa en el lugar del crimen, con monedas en uno de los platos y carne descompuesta en el otro.
-          ¡Ahí, ahí es donde quiero escarbar!
-          ¿Qué significa eso, qué clase de mensaje es ese?
-          ¿Una secta?
-          No me parece...
-          Me parece más un mensaje simbólico.
-          ¿Pero para qué?
-          No se para qué, pero sí para quién.
-          ¡Para nosotros!
-          La pusieron bien a la vista. Quería que la viéramos.
-          Pero, ¿Qué significa?
-          Eso es algo que hay que averiguar. Seguramente es de importancia.
-          Bien. Bueno, y por último nos queda como elemento el caballo del linyera, encontrado en el domicilio del crimen. Si por lo menos hablara...
-          Mmm, sí, sí, sí. Eso es, Gastón.
-          No entiendo, inspector.
-          El caballo no habla pero nos va a decir muchas cosas.
-          ¿De qué habla?
-          ¿No te diste cuenta que en los tres asesinatos que estamos de alguna manera investigando en forma separada, hay un caballo en la escena del crimen?
-          ¡Tiene razón! Al primero casi no lo teníamos en cuenta, pero es verdad.
-          ¿Y ahora?
-          No se, déjame pensar.
-          Necesito pensar un poco, mañana lo vemos Gastón.
-          Bueno, nos vemos mañana.


El Conde

continuará...

para leer la primera parte acá
para leer la segunda parte acá



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