Colocando novedades en la librería me topé con este título. Puede que fuera la portada, una fotografía de Catalá-Roca; el nombre del autor, Teju Cole que ni me sonaba ni podía imaginar de dónde venía ese extraño patronímico; el título: Ciudad abierta sí, pero ¿qué significa?; o puede, incluso, que por el traductor, Marcelo Cohen, el caso es que en lugar de insertarlo en la "C", le di la vuelta y me puse a leer la parte posterior. A mitad de lectura me cansé (no me gusta mucho hacer este gesto, el leer las contraportadas de los libros), abrí el libro por la primera página y leí los dos primeros párrafos. Estaban bien narrados, poco más podía decir a esas alturas. ¿Y Teju Cole? Es de origen nigeriano y vivió allí los primeros diecisiete años de su vida. Para saber qué significa ciudad abierta tenía que leer el libro (perdón por mi ignorancia pero no sabía de su significado en materia política).
Como no podía ser de otra manera me compré el libro.
Julius es un joven nigeriano afincado en Nueva York que trabaja como residente psiquiátrico. En su tiempo libre se dedica a vagar por las calles sin dirección, lo que permite echar a volar su mente. Toda la novela es una reflexión monologada de algunos de los aspectos más importantes de nuestros días; entre ellos la situación del mundo tras el atentado a las Torres Gemelas. En ese sentido, se da un más que interesante debate entre Julius y un joven marroquí que trabaja en un locutorio de Bruselas. En un bar, y junto a otros conocidos de Faruk, el marroquí, hablan de Palestina, Israel y el concepto de Europa:
"Es cierto, dijo Khalil, Europa no es libre. Hay una retórica de libertad, pero solo una retórica. Si dices algo sobre Israel, te taponan la boca con los seis millones. No lo estarás negando, ¿no?, me apresuré a decir yo, no estarás negando de verás la cifra, ¿no? No se trata de eso, dijo Khalil, se trata de que negarlo va contra la ley, y de que incluso va contra una ley no escrita cuestionarlo. Faruk estuvo de acuerdo. Si intentamos hablar de la situación de los palestinos, nos vienen con los seis millones. Los seis millones: fue una tragedia horrorosa, claro, seis millones, dos millones, un ser humano, siempre está mal. Pero, ¿qué tiene que ver con los palestinos? ¿Es está la idea europea de libertad?
Aunque no había alzado la voz, había en esas palabras una intensidad palpable. ¿Los palestinos construyeron los campos de concentración?, dijo. ¿Y que hay de los armenios: como no son judíos sus muertes significan menos? ¿Cuál es el número mágico en el caso de ellos? Yo te diré por qué importan tanto los seis millones: porque los judíos son el pueblo elegido. Olvida a los camboyanos, olvida a los negros norteamericanos, el de los judíos es un sufrimiento incomparable. ¿Y los veinte millones de muertos bajo Stalin? No mejora nada que te maten por razones ideológicas. La muerte es la muerte, así que, lo siento, los seis millones no son tan especiales. Me frustra todo el tiempo ese número, un número sagrado que, como dijo Khalil, se usa para terminar todas ls discusiones. Los judíos lo usan para callar al mundo. A mí me importa un bledo la cifra exacta. Toda muerte es sufrimiento. Otros también han sufrido y en eso, en sufrimiento, consiste la historia".
En otras ocasiones Julius reflexiona sobre la incomunicación en la que parece que vivimos, rodeados de gente y a la vez sintiéndonos tan solos:
Llega un punto en que la novela, igual que empieza se acaba. Porque en esta novela no hay tramas al uso, solo un dejarse llevar por la mente de un personaje lúcido y reflexivo.
En otras ocasiones Julius reflexiona sobre la incomunicación en la que parece que vivimos, rodeados de gente y a la vez sintiéndonos tan solos:
"Tintinearon las llaves, él entró en el apartamento ventiuno y yo en el ventidós. Cerré la puerta y oí que también se cerraba la suya. No encendí la luz. En la habitación de al lado había muerto una mujer, había muerto al otro lado de la pared, y yo ni me había enterado. No me había enterado en las semanas en que el marido estaba de duelo, ni cuando lo saludaba con la cabeza y auriculares en los oídos, ni cuando doblaba mi ropa en la lavandería del edificio mientras él usaba la máquina. No lo conocía tanto como para preguntarle cómo estaba Carla y no había notado la ausencia de ella. Esto era lo peor. No había notado ni su ausencia ni el cambio-tenía que haber habido un cambio-en el ánimo de él. Ya no era posible, ni siquiera ahora, llamar a su puerta y abrazarlo, o tener una conversación larga. Habría sido una farsa de identidad".
Así, divagando sobre la vida, va desgranando pequeños recuerdos de su infancia, su formación militar, sus amigos, o la mala relación con su madre.