Duerme en la cama, esta mujer nuestra, esta desconocida que a veces nos observa. A través del velo de los sueños acaricia la cabeza del enfermo, lo calma, acuna lentamente su cuerpo entumecido. Le llora levemente, le habla, y él le devuelve la sonrisa, sonríe y calla, porque la voz se le adormece con el sonido de la lluvia, es un hilo nada más en este tiempo. La voz que habita ahora en la memoria y que llega, pálida como el fantasma, singularmente hermosa, hasta la mujer en estos días, en estas noches sin luna en las que el sueño la posee como el amante, la tienta, la abraza.
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