artista invitado: El Conde


colores santos

introducción:


Hola, soy el ex inspector Moya, y este relato es totalmente subjetivo, y a la vez sugestivo.
Mi intención no es la de asustar a nadie, pero si aclarar que cuando una mente criminal se desata no hay policía, ni seguridad, ni servicio de inteligencia capaz de prever y o controlar a un terrorista o a un asesino que vive de la forma más natural del mundo, hasta que un día ese instinto, ese llamado del más allá le dice “ahora”. Y ese “ahora” puede significar matar a alguien o poner una bomba en un colegio.
Es imposible adelantarse a un hecho así, si el criminal pasivo se mantiene en el más absoluto de los silencios, si no comete errores infantiles, jamás se puede saber como piensa o como va a salir disparado un maníaco de esas características en el momento que se produzca ese clic en su cabeza. Y les aseguro, desde lo más profundo de mi alma, que esto que les relato lo he comprobado en varias oportunidades, pero hubo una en especial, que me marcó lo suficiente.
Todo comenzó así:


jaque al Rey:

Se estaba estrenando una obra de teatro a sala llena, dos actores interpretaban la secuencia más importante de la obra. Uno representaba a un rey, montado en un hermoso caballo blanco. Llevaba puesto una corona dorada y asía con su mano izquierda un atractivo cetro de oro y brillantes. El otro, representaba a Jesucristo. Con un manto blanco que lo cubría, sus pies descalzos, y su barba, y sus cabellos largos. Se asemejaba bastante al Jesucristo que vemos en casi todas las figuras e imágenes eclesiásticas.
En cuanto a la obra, digamos que era bastante controversial. No todas las piezas estaban en su lugar, de hecho, el rey estaba queriendo imponerle condiciones a Jesucristo. Y éste, no se quedaba atrás en la rara discusión que se había generado.
-          ¡No puedes pasar! Dijo el rey muy ofuscado.
-          ¡Es mi territorio! Insistió.
-          ¡Sólo estoy tratando de sembrar un poco de paz en tu rico suelo! Dijo Jesús, con tono amable y pausado.
-          ¡No tienes nada que hacer aquí! Prosiguió el rey, desenfundando su espada.
-          ¡No ganarás nada con eso, sólo continuarás alimentando el dolor de tu gente, con tus guerras y tus atropellos! Se adelantó Jesús a lo que podía pasar.
Y mirando fijo al rey, dijo:
-          En cambio, con tu muerte, me honrarías a mí y a muchos de tus súbditos.
En ese momento se hizo un silencio mortuorio en la sala, debido a las palabras del profeta. Hasta el rey, creo que miró a Jesús con algo de intriga por lo que había escuchado.
Y en ese preciso instante de silencio se oyó un silbido extraño que surcaba el aire del recinto. De repente no se escuchó más nada, solamente se lo vio caer al rey de lo alto de su caballo, con una flecha clavada perfectamente en el pecho. Hubo unos diez segundos de desconcierto general. Luego cayó el telón y la gente de a poco comenzó a aplaudir lo que era el final inesperado de la obra.
La gente aplaudió y aplaudió, pero los actores nunca aparecieron para recibir sus vítores.
El público se retiró contento pero algo confundido por la obra, sobre todo por el final.
Y no era para menos. Ya que nunca se enteraron que la obra no había terminado, y que el actor que encarnaba al rey estaba siendo llevado de urgencia por una ambulancia al hospital más cercano. Ni siquiera mi fiel compañero Gastón, que estaba observando la obra desde uno de los palcos, se dio cuenta de la realidad.
Yo me enteré como a las dos horas, cuando me avisó el jefe que tenía que ir al hospital a husmear un poco sobre el tema.
Al llegar era un caos. Estaba lleno de periodistas por donde a uno se le ocurriera mirar. No se como se enteraron, pero siempre se enteran.
Me permitieron entrar al hall luego de hablar con las autoridades del nosocomio.
Allí estaban a la espera de un parte médico los familiares del actor, bastante preocupados y sumamente disgustados por la poca información que se les había brindado hasta el momento.
Realmente no pude ser más oportuno, porque justo al instante que me acerco a la esposa del actor accidentado para entablar una conversación de rutina, sale el cirujano del quirófano para darle el pésame a la flamante viuda. Obviamente no pude decir una palabra ya que los gritos, el llanto y los insultos de esa pobre mujer se apoderaron del lugar.
Aproveché para hablar unos minutos con el cirujano:
-          Doctor, soy el inspector Moya. ¿Puedo hacerle unas preguntas?
-          Si no me demora mucho...tengo pacientes que atender.
-          Sólo será un minuto doctor.
-          Quería saber si podía decirme algo sobre el fallecido.
-          Mire inspector, no soy médico forense, pero lo que le extirpamos a ese pobre hombre era una flecha, la tenía incrustada en el pecho, atravesándole el corazón.
-          No se si tuvo mucha mala suerte o el que disparó esa flecha sabía perfectamente lo que hacía, y donde debía apuntar.
-          El paciente perdió mucha sangre. Al llegar estaba prácticamente sin vida.
-          Muchas gracias doctor por la información.
-          No tiene nada que agradecer.
-          Ah, inspector, me olvidaba. Le dije a uno de mis ayudantes que colocara la flecha extraída en una bolsa, seguramente querrá llevarse esa prueba.
-          Oh, realmente le agradezco, doctor. Me será de gran utilidad.
-          Voy a quedarme un rato más a esperarla entonces.
-          Perfecto, le diré a mi ayudante que se la alcance cuando esté lista.
-          Le doy las gracias nuevamente, doctor.
Y así el cirujano se alejó para seguir con sus tareas y yo me acerqué nuevamente a la esposa del difunto. Me presenté y le di mis condolencias. Realmente se la veía muy mal a la señora. Tenía la cara hinchada de tanto llorar, pero igual aceptó hablar conmigo.
Solamente le pregunté si el marido tenía algún enemigo del que se podría sospechar, o algún socio, o alguien que quisiera verlo tal cual se encuentra ahora.
La viuda dijo que no se imaginaba quien podría haber hecho semejante cosa porque era una excelente persona y no tenía enemigos.
En eso se acercó un médico con la bolsa que contenía la única pista hasta el momento. Le di las gracias, también a la viuda y le dije nuevamente que sentía lo sucedido y que iba a hacer todo lo posible por descubrir al asesino.
Me retiré del hospital más confundido que cansado. La verdad es que tenía muy pocas pistas, una sola prueba y mucha gente por entrevistar.
Una semana demoró el informe del forense de la morgue policial. En realidad, lo que tardó fue el traslado del cuerpo, ya que estuvieron setenta y dos horas para entregarlo desde el hospital.
El informe no me decía mucho más que lo que me había adelantado el médico.
Muerte intencional, causada por una flecha que atravesó el corazón, ocasionando una gran pérdida de sangre. Con respecto a la flecha, no hay huellas que identifiquen a alguna persona. Estuvimos investigando en todas las armerías para verificar si alguien compró en esos días un elemento semejante. Hasta el momento, sin novedades.
Tuve varias entrevistas con compañeros de actuación del difunto, y lo único que saqué en claro fue que no era considerado tan buena persona como la esposa me dijo, ya que varios actores habían tenido problemas con él. Por ejemplo, hubo uno que lo detestaba bastante por robarle el papel de rey en la obra. Aunque a esta altura y viendo como terminó, no se si no le hizo un favor.
En definitiva y para no aburrir con el relato, habían pasado cinco semanas, habíamos entrevistado a decenas de personas, habíamos hablado con todas las armerías y lo único en concreto que teníamos era una flecha sin una sola huella, un par de sospechosos que quedaron impunes por falta de pruebas y un muerto que descansaba ya en el panteón de actores del cementerio. De más está decirles que el caso prácticamente se cerró sin que nunca encontráramos al asesino.

El Conde


continuará...



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