barbara bezina |
Ciertas decepciones tienen aromas. A veces, creo sentir el perfume de lilas recién cortadas que descansan sobre el escritorio de mi habitación y luego recuerdo que ni tengo escritorio, ni habitación ni alguien que me las obsequie.
Un incienso de jueves apagándose lentamente con la brisa que penetra a través de la ventana o ver caer la tarde, observar cómo se desangra en rosados, anaranjados y violetas mientras en mi boca, la fruta permanece intacta, sin morderla. Una ciruela quizás, dulce hasta el hartazgo que a mis labios sabe agria.
Un clítoris muerto sin estarlo, joven pero a la vez viejo, quieto desde hace años sin la fragancia cristalina que se disperse sobre otras narices, tal vez audaces y sin embargo, puedo percibir en el aire la desilusión de esa agua encendiéndose sobre el vacío mismo. Se viene la noche pero en realidad no lo es del todo profunda cuando la música que suena no lo hace con la furia que debería.
Sí. Las decepciones tienen aromas. A flores mustias cayendo desde el techo sobre mi cuerpo hasta envolverlo en tragedia que sobrevive para romper en miles de pedazos de cristal la sangre de mis venas y estrellarla en un suelo amaderado, porqué no cedro, mezclándose con orquídeas, sándalo o vino tinto mientras en otro sitio, reina la presencia.
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