A veces, entrar en Gotham puede ser más pesado que cuidar a un tamagotchi, debido a los atascos en los aeropuertos y a la capacidad prodigiosa que tienen algunos funcionarios de aduanas para ponerte de mala hostia. Además los precios en la ciudad se han disparado. No obstante, la recompensa lo merece. Porque en Gotham se recaudan toneladas de imágenes y sensaciones, porque una vez que estás dentro, you will never leave. La deliciosa comida india del Saravanaa Bhavan, en el cual nunca más se te ocurrirá decir las palabras “spicy, please”. El determinismo histórico que planta la embajada china justo frente al Intrepid, el portaaviones-museo de la segunda guerra, en la 46 con la 12. Los sopletes destellando en la noche mientras elevan otra planta más en la Zona Cero. La delicadeza de los espacios en el museo de Isamu Noguchi. El ejemplo de superación de aquella chica sin manos en el campus de la NYU. Vislumbrar los espectros que mueven los visillos del Chelsea Hotel, Thomas Wolfe, Brendan Beham, Arthur Miller, Arthur C. Clarke, Tenessee Williams… Las marujas japonesas con sus cámaras aterrorizando a la NYPD frente al edificio de la ONU. Pasar un Oktoberfest metido en un garito de Harlem, rodeado de negros -perdón, afroamericanos- vestidos con Lederhosen, y negras llevando el Dirndl, los trajes tradicionales bávaros, mientras el blanco flipaba. Ver pasar la caravana oficial de Obama mientras los pretorianos vigilaban las ventanillas con armas automáticas. Un dry-martini en el Waldorf, que te transporta en el tiempo. Los bares de karaoke de Hell,s Kitchen, en los que acaban cantando portentosamente los secundarios de Broadway. La perspectiva de los tres puentes desde el Sea Port, Brooklyn, Washington, Williamsburg…