Crecían fuertes como árboles, allá en los bosques, las niñas de mejillas rosadas. Atrapaban al incauto entre sus brazos pequeños y comían, comían su cuerpo ajado por el tiempo y por la vida, comían la entraña con sus dientes de luna hasta no dejar nada. Bebían luego en los ríos, se bañaban, y hasta mí llegaba el sonido de su canto, las voces hermanadas que reían y jugaban.
Yo temía a las muchachas. No así a los niños, a los pequeños de la plaza. Salían de los bosques con sus cabellos largos, brillantes como luces en la noche, y nunca reían. No allí entre nosotros, no allí las muchachas. Quizás por eso las temía cuando me miraban. Quizás por eso, pensaba.
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