Con el comienzo del nuevo curso literario, el escritor y columnista Juan José Millás visitó la sede de la Escuela de Escritores de Madrid para inaugurar la cuarta promoción de su Máster de Narrativa. El escritor valenciano es, para mí, uno de los autores más interesantes del panorama actual, no solo por sus novelas, sino por su particular manera de hacer periodismo y por la mirada con la que, día a día, se enfrenta a la realidad. Precisamente, de realidad habló mucho en su charla a los alumnos, una charla distendida, inundada de recuerdos y de anécdotas personales que hicieron reír a más de uno. A Millás se le notaba cómodo en un diálogo que comenzó con Ignacio Ferrando, coordinador del Máster, y que pronto pasó a ser un monólogo en el que el escritor hilaba una historia con otra para explicar lo que para él es ser escritor. En su opinión, tanto la escritura como la lectura surgen de un conflicto con la realidad. “Uno no se lleva bien con lo que le rodea y trata de entenderlo, por eso lo describe, se enfrenta a ello”, explicó. Con la ironía que le caracteriza, también dijo que “quien se encuentra bien no escribe”, y de ahí que se muestre escéptico con las campañas de fomento de la lectura. “Si un chaval está bien seguro que no se va a pasar la tarde del sábado encerrado en su casa leyendo”, bromeó. Como respuesta a por qué escribe un autor, confesó que le parece muy ocurrente la respuesta de García Márquez, quien dijo escribir para que sus amigos lo quisieran más, aunque en su caso personal tiene más que ver con ese conflicto del que habló al empezar su charla.
En su época leer no estaba bien visto, era considerado “algo preocupante”, y Millás recordó cómo él solía leer bajo las sábanas con una linterna. En su casa no había libros, por eso su iniciación vino de la mano de la enciclopedia Espasa. En uno de los momentos más divertidos y ocurrentes de la tarde, relató la fascinación que sintió de niño al buscar la palabra muerte en la enciclopedia (una gran historia que no tiene mucho sentido trasladar aquí, pues perdería toda la frescura del momento). Millás confesó que aún conserva en su casa un tomo de la citada obra. “Los demás los vendieron mis hermanos”, dijo nostálgico. Y aconsejó a todos que no perdiéramos la oportunidad de leerla si algún día se cruza en nuestro camino.
Sus primeras obras
Ante la pregunta de cómo convive el Millás de las novelas de ahora con el de las antiguas, comentó que sus primeras obras no tienen mucho que ver con las más recientes. Las primeras estaban muy influidas por el experimentalismo, que era la corriente de esos momentos y que, en su opinión, radica en que los libros “no debían entenderse”. Sobre la voz de aquellas primeras novelas dijo que “escribimos para encontrar nuestra voz, al menos para acercarnos a ella, porque nunca terminamos de encontrarla, solo escribiendo se llega a ella”.
“Escribí Cerbero son las sombras y le puse ese título para que sonara a experimental…y la verdad es que coló, aunque leías el libro y todo se entendía perfectamente, lo cual era un poco frustrante”, bromeó.
La ironía y la paradoja que le caracterizan comenzaron a aparecer en El desorden de tu nombre, que muchos consideran su primera novela. “Ahí comenzó otro Millás. Amplié mi círculo de intereses”, reflexionó. Para él, el humor presente en todos sus textos no es más que un efecto secundario de la manera en que se acerca a las cosas. Su ironía es solo una forma de mirar el mundo.
Para terminar, Juan José Millás dejó un par de perlas más: “El lenguaje es el que nos coloniza y escribir es tratar de encontrar un pacto con ese colono”. “Nunca llegas a decir lo que quieres, pero te acercas, y esa es la eterna lucha del que se sienta a escribir”. Dos frases que más de uno de los presentes anotaba para tenerlas en cuenta en futuras incursiones literarias. Los demás, mientras comenzaban a levantarse y el máster se daba por inaugurado, seguramente se preguntaban si quedaría algún tomo suelto de la famosa Espasa en el salón de casa de los abuelos.
Yo me despido con una frase de su novela autobiográfica El Mundo: “La escritura abre y cauteriza las heridas a la vez. Como un bisturí eléctrico”