rajando del amor
detrás de un beso nuevo…
Patricio Rey y sus redonditos de ricota.
Es dolorosamente triste saber que a una no la aman (cuando se ama mucho o como mínimo, se quiere demasiado) y más aún, que jamás existirá esa posibilidad; pero más desgarrador es descubrir el engaño. Las manchas de humedad sobre una pared recién empapelada, disimuladas con cuadritos de hojas de árboles secas encima de ellas.
Sin embargo, cuando una está acostumbrada a llevar una vida al margen de los sentimientos, de las flores rojas, de las manos que besan más allá de abrigar terciopelos, de vivir en profundidades obscenamente negras o incluso adaptarse a los escupitajos de navajas sobre el cuerpo frágil destruyéndolo en cristales que se pulverizan sobre el cielo durante todas y cada una de las noches con ausencia de jazz; cuando una decía, ni por asomo puede llegar a ilusionarse nunca: ya ni siquiera se llora. No se puede.
Simplemente se fuma un cigarrillo en silencio sin nadie que acompañe, en una vieja estación de trenes, mirándolos ir y venir sin subirse a ninguno, perdiendo un poco el alma en esa mancha que se aleja por las vías hasta desaparecer a través del horizonte rosado.
Tan sólo algo de lo que hice esta tarde.
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