(Ilustración de Le Souffle blanc [absentéiste : La propension à. l’incertitude)
Los muros de la memoria
no se angustian con la edad
-es por la mujer-,
-es por la mujer-,
no se pudren al teñirlos de eternidades
-es por los ojos-,
-es por los ojos-,
no huelen,
no saben,
no se mueven
-es por lo gris-
-es por lo gris-
y es seguro
que la sal de las lágrimas,
que los ácidos de los estómagos,
que los temblores de las manos
que la sal de las lágrimas,
que los ácidos de los estómagos,
que los temblores de las manos
-obligándonos a olvidar-,
removerán su interior
removerán su interior
y creeremos ver paredes blancas de infartos,
superficies vacías de dolor,
pero éste sólo se habrá escondido
en la bañera
de la mujer de ojos grises
y no podremos ahogarlo
sin dejar de respirar
hasta
el final,
hasta
que adelgacen las paredes
y no seamos más que
patéticos
patéticos
cuerpos
laminados.
laminados.
***
[La mujer de ojos grises parpadea en las ausencias,
¿lo sabíais?,
y quizás podamos,
quizás debamos,
desteñirle las pupilas,
arrebatarle nuestro dolor
y aniquilarnos sin más;
quizás...].