Encuentro entre mis libros, de casualidad, como quien halla un tesoro removiendo un montón de piedras, esa pequeña joya de la edición que es el número 1 de la revista Hache; y, en su interior, un poema mío que casi había olvidado (siempre agradeceré a Cristina Morano y a Héctor Castilla el espacio que me reservaron en aquella revista). Pienso que me gustaría mucho haber escrito ahora este poema. Siento algo de envidia de mí mismo, del mí mismo que era hace unos años. Supongo que eso es bueno, no estoy seguro. Así es que voy a imaginarme que acabo de escribirlo, porque mis sentimientos al respecto de la creación poética son los mismos y porque soy capaz de llenar de emoción a través de su lectura cada una de sus palabras. Este poema es como una alianza, como el instante nietzscheano del eterno retorno. Lo leo y digo 'sí quiero', y quiero que este sentimiento se repita, una vez tras otra.
Ars poética
Él veía desde la lejanía las pompas. Las miraba
brotar del soplo anodino de los muchachos
habituados a la infalible precisión del invento.
Su soldada de militante niño no era suficiente.
Contemplaba triste en el aire la danza
de una perfección ajena. Así que tomó
el agua y el jabón, dobló el alambre y monóculo
lo introdujo en la esperanza. Inútil empeño.
Su soplo se perdía estéril. La informe materia se resistía
a plegarse en la ideal forma. Pasaban los días.
Aprendió a declinar la voluntad en todas sus variantes.
Ocurrió al fin. La burbuja creció súbita
del vacío. Temblorosa al principio, después plena
surcó el espacio reflejando en su cuerpo
la comprimida inmensidad de un mundo,
su rostro mirándolo atónito desde la transparencia.
No pudo resistir. Tuvo que tocarla.