En la película Días de vino y rosas Jack Lemmon es un gris oficinista, hiperactivo y alcohólico. De esto último se da cuenta pasados unos años, cuando al caminar por una calle ve su imagen reflejada en un escaparate. Al principio se mira extrañado, sin reconocer al borracho. Pero el desmejorado borracho es él, y corre a casa a decírselo a su mujer, que también está alcoholizada, aunque ella sin haberse parado nunca ante su propio reflejo en un escaparate. Él grita, histérico por el descubrimiento. Se sube por las paredes, aparta la cerveza que le ofrecía su mujer de un manotazo. Creo que la palabra que usa para definirse es bombed. Tal como la pronuncia suena a explosión de bola de papel. La pronuncia con desesperación, como es lógico.
La película está muy bien. Ya la había visto hace años.
Lo importante de todo esto es ese reflejo en el escaparate. Puede que fuese un espejo en la calle. El caso es que está fuera de su casa, porque los espejos de casa, por alguna razón, están amaestrados y nunca nos dan lo que ven los demás. Puede que en el espejo de casa aparezca más la memoria de uno, la imagen que uno mismo tiene de sí. Y es en esa ojeada disimulada al espejo en una cafetería donde descubrimos que ese extraño es el que se hace pasar por nosotros. Conclusión a la que se llega, la verdad, sin necesidad de estar borracho.
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Cortesías.