En este cuarto los espejos no reflejan al enfermo. Ahí en la cama el animal adormecido, el dolor que se estremece, pálido como las primeras luces de la mañana. Ahí en la cama, digo, tu voz es el alambre que se clava.
No te lloré porque no supe. Temí que me llevaras de la mano si lloraba. Temí no ser como los otros, hacerlo mal y que miraran, que dijeran tú que no sabes, tú por qué lloras. Pero dentro, cuánto, de qué manera creció el río de mi llanto. Puede que lo oyeras, allá en la tierra oscurecida. Puede que hasta ti llegara la miseria y que supieras, como habías sabido siempre, que de mí nada quedaba tras tu ausencia.
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