Martín Sotelo: “Siempre me han gustado los narradores poco fiables”
Bailes de medio siglo(Nocturna) es su primera novela publicada, pero de su narrativa se desprende que Martín Sotelo (Toledo, 1982) lleva ya un gran camino recorrido y que tiene por delante una esperanzadora carrera. Admirador de Onetti, de Marsé y de Rulfo, entre otros, recomienda a Faulkner –“un cuentista, un fabulador nato” – y afirma que le gustan los narradores “poco fiables” y la sensación, como lector, “de terminar convirtiéndote en escritor de aquello que estás leyendo”. Con Bailes de medio siglo ha conseguido que, en los tiempos que corren, se hable de un autor joven que está comenzando. Su prosa cuidada se pone al servicio de una historia dura narrada en varias voces –que parte, inicialmente, de un hecho real – sobre fantasmas del pasado, deudas de sangre y otros puntos oscuros de la naturaleza humana.
-Pregunta: Con esta novela debutas en el panorama literario. ¿Cómo es la sensación de lanzar tu primera obra al mercado? Estamos en un momento económico tan delicado que pocos sellos apuestan por autores noveles. ¿El horizonte es desolador o aún tenemos que confiar en aquello de que el talento siempre encuentra el camino?
-Respuesta: El camino para el que escribe es escribir. Yo tuve suerte de que una editorial como Nocturna, cuyo trabajo de edición es encomiable, apostara por mí, por la primera novela de un autor joven totalmente desconocido. No suele ser lo normal. Lo normal es publicar gracias al amiguismo de los contactos, a los agentes literarios y a los lametones. En este sentido, yo no le debo nada a nadie. Y me siento muy orgulloso de que la novela se haya abierto camino sola.
-P.: De la mano de los personajes protagonistas, la novela recorre un sinfín de emociones y puntos oscuros de la naturaleza humana, como el miedo, la venganza, la posesión, la culpa, etc. Más allá del doble crimen que relatas, Bailes de medio siglo parece una historia de emociones, del lado turbio del hombre, y de cómo a veces no hay salvación posible. ¿Qué opinas?
-R.: A mí me interesa la verdad, la verdad personal de cada uno, intentar saber cómo son los demás, y cómo soy yo. Y como dice una canción de Nacho Vegas: la verdad fue escrita en las sombras. Así que en las sombras debe adentrarse uno si quiere hallar algún tipo de verdad. Aunque la novela total, como decía Stevenson, sería aquella en la que hubiera un momento para bailar y otro para llorar, para ser duro así como para ser sentimental, para ser ascético así como para glorificar los apetitos, y si una persona combinase todos estos extremos en su obra, cada uno en su lugar y proporción, esa obra sería la obra maestra universal tanto de la moral como del arte. Pero eso está al alcance de muy pocos, de un Cervantes, un Shakespeare, un Moliere, un Dickens, o un John Ford, en cine.
-P.: Basada, inicialmente, en una historia real, decides continuar por tu cuenta. ¿Qué era lo que más te interesó de esa historia cuando la oíste por vez primera y qué era lo que más te interesaba plasmar en las páginas de la novela?
-R: La historia real me empezó a interesar en el momento en que descubrí que el mismo hombre que había matado a su mujer mató también, cincuenta años antes, al primer marido de ella. Me empecé a imaginar cómo serían esos cincuenta años de convivencia, esa deuda de sangre que ella contrae con el hombre que fue capaz de matar por ella, por su amor. Narrar esa convivencia fue lo que me impulsó a escribir la historia. Una historia –hay que dejarlo claro– totalmente ficticia e imaginada.
-P.: En la novela tienen un peso muy importante la ciudad de Madrid y la época en la que transcurre la historia. ¿Cómo ha sido el proceso de recrear una ciudad que empieza, como el resto del país, a cambiar poco a poco?
-R: Yo escribí esta novela en el pueblo, echando de menos Madrid, en donde viví tres años. No me documenté para contar medio siglo de este país porque no era eso lo que me interesaba, sino el conflicto íntimo de dos personas que viven aisladas y de espaldas a dicha historia. Quería demostrar que, por mucho que un país avance en libertades, ciertos conflictos emocionales siguen y seguirán intactos.
- P: Hablando de los personajes del pueblo manchego, del cotilleo y el debate que surge a raíz del asesinato, estos pasajes me recuerdan mucho, y en general todo el estilo de la novela, a Onetti. En su novela Los adioses contemplamos cómo la historia es narrada, interpretada y a veces manipulada por varios personajes. Cada uno, como en tu historia, nos cuenta una parte de lo que ha vivido. La atmósfera de la historia y los personajes también me recuerdan mucho a él. Se trata de un autor de referencia para ti, ¿verdad?
-R: Onetti es un vicio. Le releo sin parar. Es un autor inagotable, cuya prosa, tan sinuosa, elegante y llena de pequeños matices, ya me gustaba con 20 años, pero que gana con el paso del tiempo, como los buenos vinos. Pasajes de su obra que de joven no entendías, de pronto un día los comprendes, llegando a saborear matices que sólo es posible captar cuando los años, o la vida, te enseñan de qué va la cosa. Por otra parte, a mí siempre me gustaron los narradores poco fiables y esa sensación, como lector, de terminar convirtiéndote en escritor de aquello que estás leyendo. Creo que es lo mejor que la literatura nos puede ofrecer: el convertirte en escritor de lo que lees.
- P: ¿Cuál ha sido la mayor dificultad a la hora de escribir esta novela?
-R: La de siempre: saber encontrar la distancia justa y adecuada. Hay que implicarse hasta lo más hondo que uno pueda desde un plano paralelo o distanciado. Todo el problema consiste en esto: en saber hablar de uno mismo sin ser tú, convirtiéndote en un personaje para que el personaje te muestre quién eres, para que la máscara descubra el verdadero rostro que hay debajo; y en saber hablar de los demás como si cada uno de ellos fueras tú. En los demás se descubre el artista a sí mismo, y desenmascara en sí mismo a los demás. Sin distancia, uno termina hablando de sí mismo desde la confusión y el patetismo, y de los demás, desde el rencor, la petulancia o el prejuicio.
- P: Suele haber, en estos tiempos, un enfrentamiento entre estilo y trama. Hay muchos grandes defensores del estilo, pero hoy parece que venden las historias que te enredan en mil tramas y cuya narración deja bastante que desear. ¿Es difícil lograr un equilibrio entre los dos? Si tuvieras que ‘enganchar’ a un lector, ¿preferirías hacerlo por el cómo lo cuentas o por lo que cuentas?
-R: Por ambas cosas, a ser posible. Si una historia no la cuentas bien es como no contarla; y si descuidas el fondo enfatizando la forma es un mero ejercicio de estilo sin ningún interés, algo así como pedir al lector que a cada rato cierre el libro para aplaudirte. Yo procuro que sea el fondo, la materia sensible que sé que voy a manejar, lo que me diga qué forma he de elegir o es la más apropiada. Hay muchos escritores tildados –para mí, injustamente- de estilistas, como Faulkner, por ejemplo. Faulkner, por encima de un estilista o de tener un estilo propio, era un cuentista, un fabulador nato. Cuenta cosas sin parar. En su mejor novela, Absalón, Absalón, suceden más cosas que en cualquier bestseller de ahora supuestamente trepidante de acción. Al igual que en una noche de insomnio pueden suceder más cosas de importancia que en diez vueltas al mundo.
- P: ¿Te consideras un autor vinculado a cierto tipo de género, en este caso, cercano a la novela negra o eres de los que se atreverían con cualquier tipo de historia?
-R: Yo nunca pienso en los géneros, ni para escribir ni para leer. La novela negra me ha debido de influir mucho, porque me apasiona. Creo que, a día de hoy, es el único tipo de novela que se ocupa de las cosas importantes, de esas cosas que preferimos no ver.
- P: Los tiempos están cambiando mucho y parece que ahora ya no es normal que el escritor sea esa figura solitaria y tan bohemia. Ahora, muchos autores están metidos en las redes sociales y en permanente contacto con sus potenciales lectores. ¿Es marketing editorial o los nuevos tiempos han modificado el oficio del escritor? ¿Cómo te ves tú en este sentido?
-R: El oficio del escritor es escribir, y tratar de hacerlo cada día mejor. Lo demás es secundario. Yo no entiendo a este tipo de escritor que se pasa el día escribiendo, más que en sus libros, en las redes sociales. ¿De dónde sacan tiempo para escribir sus obras? En realidad los envidio, por disponer de tanto tiempo para hacer tantas cosas.
- P: ¿Qué obsesiones literarias quieres plasmar en el siguiente libro?
-R: No me gusta hablar de mis próximos proyectos porque es la mejor manera de nunca acabarlos. Puedo hablar de una novela que tengo ya muy avanzada, sobre dos parejas unidas por un médico bastante funesto. Mis obsesiones literarias van evolucionando conforme evolucionan mis obsesiones vitales, pero, para resumir, me interesa el tema de la realidad y el sueño, el tema de la identidad y la apariencia y los personajes que, por alguna razón, viven en la orilla o carecen de voz.
- P: Hablas de Marsé, Rulfo y Onetti como autores que te han marcado. ¿Qué es lo que más te gusta de cada uno?
-R: De Marsé, su talento para dar vida a sus personajes, su apego por el barrio, las tabernas, la niñez, los marginados, y esa capacidad de mezclar estilos opuestos, el hecho de haber asimilado tan bien, sin que chirríe, a Dickens y Onetti, por ejemplo, para forjar su prosa. De Rulfo, su concisión, su elegancia, su crudeza, su ternura, ese saber decir tanto con tan poco. Y de Onetti, todo ese universo que creó, tan cerrado, tan suyo y tan nuestro, que le servía para vivir en él, para nunca estar solo.
- P: Dos recomendaciones para despedirnos: un clásico que hayas releído o que vayas a releer, y un libro o autor que hayas descubierto últimamente y que puedas recomendar.
-R: El Quijote, siempre. Y El ángel que nos mira, de Thomas Wolfe, que leí no hace mucho.