Un día de 1974, Philip K. Dick se encontraba descansando en casa, después de haber ido al dentista y, atormentado por el dolor, pidió por teléfono analgésicos a la farmacia. Cuando abrió la puerta de la calle, la mensajera, que lucía un collar con el símbolo del pez cristiano, le disparó un rayo láser rosa que le transmitió conocimientos arcanos. Así descubrió la anamnesis, el retorno a la memoria de vidas pasadas. Philip K. Dick aseguraba en sus diarios (The exegesis) que en un parpadeo se dio cuenta de que llevaba una doble vida en mundos paralelos: una como escritor de novelas fantásticas del siglo XX, asediado por la CIA, el FBI y Nixon, y otra como cristiano del siglo I en Judea.
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Son las dos de la mañana. No puedo dormir por el calor. Me he despertado como en medio de un sofocante ataque de asma. Y yo no tengo asma. Pero no puedo respirar. Estoy sudado. Mi cama es un charco de sábanas repugnante y pegajoso. Así que me levanto, enciendo el aire acondicionado y trato de escribir algo.
Envidio a los escritores atormentados que se inspiraban en su propia demencia, las drogas, el alcoholismo, las putas y la esquizofrenia. Yo estoy loco, pero no lo suficiente. Si estuviera un poco más chalado quizás podría ser un genio. Pero no soy más que un pobre neurótico que se lamenta y pelea con una página en blanco. Un patético intento de escritor. Dramáticamente mediocre.
Esta mañana, a las once y cuarenta, bajé como cada día a tomar un café durante el descanso en el trabajo. Son diez minutos. Quince, en realidad. Nunca me dicen nada, si me retraso. Hacía un sol abrasador. Mi bar habitual está cerrado por vacaciones, así que tenía que buscar otro. No había coches por las calles. Parecía el principio de un futuro post-apocalíptico estilo Mad Max.
Tuve que caminar dos manzanas hasta encontrar un bar abierto. Un bar de chinos. Los chinos nunca fallan. En la terraza, tomando una caña vi a la madre de una amiga, pero como tenía prisa y no quería molestar, no la saludé porque ni siquiera me había mirado y tampoco sabría qué decirle. Me pregunté qué estaba haciendo ahí.
Pedí un café con leche. Estaba tan caliente que parecía servido con lava volcánica. No debería tomar café con este calor, pero soy un absurdo hombre de costumbres y no me importa que me haga sudar y quemarme la garganta por las prisas. Es lo que hago cada mañana. También pedí un dónut.
En ese momento, entró la madre de mi amiga para pagar. Se puso a mi lado en la barra. La tenía demasiado cerca como para esquivarla, así que la toqué en el brazo y le dije: "Hola".
—Hola, ¿qué tal? —contestó.
—Aquí, en el descanso del trabajo.
—Muy bien.
—¿Tú cómo estás?
—Bien.
—Vale. Que vaya bien.
La madre de mi amiga pagó y salió del bar. Saqué el teléfono. No había nada interesante en twitter. Entré en facebook, pero iba demasiado lento. Entré en whatsapp. Le di un sorbo al café, me quemé los labios. Escribí a mi amiga: "Acabo de ver a tu madre". A lo que ella contestó: "¿Mi madre? Pero si está aquí conmigo en Hospitalet".
Segunda Parte: INSPIRACIÓN-2