"La capacidad de ganar dinero no impresiona a nadie aquí" (La red social)
MULA |
Tengo un billete en la mano. Tiemblo un poco. ¿Qué me pasa? ¿Tengo quince años? Will se burla de mí.
—¿Estás nervioso?
—No.
Prometí no marcharme de Estados Unidos sin poner un dólar en el calzoncillo a uno de esos chicos que bailan en los bares. Para mí es como una experiencia turística más. Una chorrada, la verdad. Y, sin embargo, ahí está el chico balanceando sus músculos con desgana, mirando el infinito y yo ni me atrevo a acercarme. He subido a algunas de las montañas rusas más grandes del mundo aquí en Orlando y no me han temblado las rodillas como ahora.
—¿Vas a ir o no?
—Voy.
Doy tres pasos, no quiero que Will tenga que empujarme como a un empollón de película americana de serie B. Dos chicos con gorra de béisbol se cruzan en mi camino. Aquí los chicos van así a la discoteca. Es un complemento más que hace moderno, como en Barcelona las gafas de pasta sin cristales.
—En Valencia me contaron que los chicos que van con gorra a la discoteca son chaperos. Así que dejé de hacerlo para evitar malos entendidos -dice Will.
—¿Qué dices? En mi vida había escuchado nada parecido.
—Pues será sólo en Valencia —insiste.
—No lo sé. No me suena.
Estamos en Parliament House. Es el local de moda los domingos. En Orlando, cada lugar tiene su día estrella. Se lo tienen bien repartido.
—Por las tardes los chicos van al minigolf y, por las noches, al local que tenga mejores descuentos, depende del día de la semana.
—¿Al minigolf?
—Claro. Aquí en tu primera cita con un chico es muy normal ir al minigolf. Jugando, la charla se hace más amena. Yo he ido tantas veces que ya me sé todos los trucos y les meto una paliza a los pobres.
Termina la canción y empieza otra, así que el gogó cambia de paso de baile. Voy a tener que hacerlo antes de que termine su turno.
Parliament House tiene varias pistas con diferente música. Alguna es al aire libre, con piscina. También tiene zona de billares, hay un motel para alquilar habitaciones y un teatro en el que hacen shows de transexuales. Vimos uno antes de venir aquí a ponerle el dólar al muchacho. También les daban billetes mientras actuaban y apenas les dejaban seguir con el playback.
Miro el billete que voy a darle. One Dollar. George Washington. Me pregunto si en España no lo hacemos porque no existe el billete de un euro y darlo en monedas sería poco práctico, o simplemente por un tema cultural. Doy tres pasos más. El bailarín se percata de me presencia. Mira el billete y me sonríe. Noto una tensión en el cuello. No sé si es que he dormido mal o de la montaña rusa.
Bajo la mirada de vuelta al billete para dar los últimos pasos. "In God We Trust", pone.
Ya estoy a su lado.
In God We Trust.
Sin dejar de bailar, se agacha y me pone una mano en el hombro.
¿Qué tendrá que ver Dios con todo esto?
No me sentía tan nervioso desde que aquel vagabundo vino a picar a la ventanilla del coche la madrugada del viernes. Estábamos aparcados esperando a un amigo. El tipo nos pedía dinero. Will dijo que sólo teníamos tarjetas de crédito. Entonces, se puso un poco pesado. Su aliento apestaba a güisqui barato. Al final, nos dejó en paz pero a mí se me heló la sangre.
—¿Has pasado miedo? —me preguntó Will.
—Pensé que podía tener una pistola.
—Sí. Podía tener una pistola. Todo el mundo puede tener una pistola, aquí.
—Lo sé. Pero yo no estoy acostumbrado a eso.
Confiamos en Dios. No imagino en Europa una inscripción así en nuestro dinero. Nuestros dioses cuelgan en las paredes de la iglesia. Aquí cuelgan de los tangas de los mulatos. Como éste que me sonríe tan de cerca. Ahora que me fijo, es en realidad bastante feo. Le digo: "Hello". Contesta: "Hello".
No sé si vale el dólar que voy a darle.
En fin.
Acabemos de una vez con todo esto.
Agarro despacio la tira del calzoncillo verde fluorescente con la punta de los dedos. Debería haberme cortado las uñas. Lo estiro hacia atrás con cuidado. No quiero que piense que intento propasarme o algo por el estilo. Coloco el dichoso billete y suelto la tira de golpe que chasquea en su cadera. El impacto le hace dar un pequeño salto afeminado. Creo que le ha dolido. Pero es un profesional y sigue bailando sonriente.
Ya está hecho.
Me alejo de él velozmente para que se olvide de mí lo antes que pueda.
Se acabó.
—Ya está —le digo a Will que no para de reírse.
—Te he grabado en vídeo. ¿Por qué te has puesto tan nervioso?
Pero no se me ocurre nada que decir.
Simplemente respondo: "No tengo ni idea".
FLORIDA:
El caníbal de Miami
Inmigración
The Animal City
Land of Sunshine
Las propinas
—¿Estás nervioso?
—No.
Prometí no marcharme de Estados Unidos sin poner un dólar en el calzoncillo a uno de esos chicos que bailan en los bares. Para mí es como una experiencia turística más. Una chorrada, la verdad. Y, sin embargo, ahí está el chico balanceando sus músculos con desgana, mirando el infinito y yo ni me atrevo a acercarme. He subido a algunas de las montañas rusas más grandes del mundo aquí en Orlando y no me han temblado las rodillas como ahora.
—¿Vas a ir o no?
—Voy.
Doy tres pasos, no quiero que Will tenga que empujarme como a un empollón de película americana de serie B. Dos chicos con gorra de béisbol se cruzan en mi camino. Aquí los chicos van así a la discoteca. Es un complemento más que hace moderno, como en Barcelona las gafas de pasta sin cristales.
—En Valencia me contaron que los chicos que van con gorra a la discoteca son chaperos. Así que dejé de hacerlo para evitar malos entendidos -dice Will.
—¿Qué dices? En mi vida había escuchado nada parecido.
—Pues será sólo en Valencia —insiste.
—No lo sé. No me suena.
Estamos en Parliament House. Es el local de moda los domingos. En Orlando, cada lugar tiene su día estrella. Se lo tienen bien repartido.
—Por las tardes los chicos van al minigolf y, por las noches, al local que tenga mejores descuentos, depende del día de la semana.
—¿Al minigolf?
—Claro. Aquí en tu primera cita con un chico es muy normal ir al minigolf. Jugando, la charla se hace más amena. Yo he ido tantas veces que ya me sé todos los trucos y les meto una paliza a los pobres.
Termina la canción y empieza otra, así que el gogó cambia de paso de baile. Voy a tener que hacerlo antes de que termine su turno.
Parliament House tiene varias pistas con diferente música. Alguna es al aire libre, con piscina. También tiene zona de billares, hay un motel para alquilar habitaciones y un teatro en el que hacen shows de transexuales. Vimos uno antes de venir aquí a ponerle el dólar al muchacho. También les daban billetes mientras actuaban y apenas les dejaban seguir con el playback.
Miro el billete que voy a darle. One Dollar. George Washington. Me pregunto si en España no lo hacemos porque no existe el billete de un euro y darlo en monedas sería poco práctico, o simplemente por un tema cultural. Doy tres pasos más. El bailarín se percata de me presencia. Mira el billete y me sonríe. Noto una tensión en el cuello. No sé si es que he dormido mal o de la montaña rusa.
Bajo la mirada de vuelta al billete para dar los últimos pasos. "In God We Trust", pone.
Ya estoy a su lado.
In God We Trust.
Sin dejar de bailar, se agacha y me pone una mano en el hombro.
¿Qué tendrá que ver Dios con todo esto?
No me sentía tan nervioso desde que aquel vagabundo vino a picar a la ventanilla del coche la madrugada del viernes. Estábamos aparcados esperando a un amigo. El tipo nos pedía dinero. Will dijo que sólo teníamos tarjetas de crédito. Entonces, se puso un poco pesado. Su aliento apestaba a güisqui barato. Al final, nos dejó en paz pero a mí se me heló la sangre.
—¿Has pasado miedo? —me preguntó Will.
—Pensé que podía tener una pistola.
—Sí. Podía tener una pistola. Todo el mundo puede tener una pistola, aquí.
—Lo sé. Pero yo no estoy acostumbrado a eso.
Confiamos en Dios. No imagino en Europa una inscripción así en nuestro dinero. Nuestros dioses cuelgan en las paredes de la iglesia. Aquí cuelgan de los tangas de los mulatos. Como éste que me sonríe tan de cerca. Ahora que me fijo, es en realidad bastante feo. Le digo: "Hello". Contesta: "Hello".
No sé si vale el dólar que voy a darle.
En fin.
Acabemos de una vez con todo esto.
Agarro despacio la tira del calzoncillo verde fluorescente con la punta de los dedos. Debería haberme cortado las uñas. Lo estiro hacia atrás con cuidado. No quiero que piense que intento propasarme o algo por el estilo. Coloco el dichoso billete y suelto la tira de golpe que chasquea en su cadera. El impacto le hace dar un pequeño salto afeminado. Creo que le ha dolido. Pero es un profesional y sigue bailando sonriente.
Ya está hecho.
Me alejo de él velozmente para que se olvide de mí lo antes que pueda.
Se acabó.
—Ya está —le digo a Will que no para de reírse.
—Te he grabado en vídeo. ¿Por qué te has puesto tan nervioso?
Pero no se me ocurre nada que decir.
Simplemente respondo: "No tengo ni idea".
FLORIDA:
El caníbal de Miami
Inmigración
The Animal City
Land of Sunshine
Las propinas