Quemar culpables para no petrificarse en los días blancos.

(Ilustración de Aleksandra Waliszewska)

I.
Trozos de carne humana quemada
enrojecen aún más el aire.
La estupidez del calor
embota mentes,
trafica con espíritus
y disloca áreas cerebrales
mientras la arena hace sangrar
(ojalá)
a los culpables del incesto.

II.
La irrevocabilidad del destino
tras el último vaivén,
tras la pausa en la frecuencia
de repetición de la rueda,
tras el nacimiento de julio,
me hace aspirar el humo de los otros
y secarme ruidosamente por dentro.

III.
Y todo se resume
en que la impotencia
no viole más humanos
y en que el éxodo sea breve,
-se debilite exhausto-
y esos culpables se calcinen uno a uno
para así ahorrarme todas las tiritonas de los días blancos.

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