Las lágrimas de lo inerte.

(Ilustración de Ania Swiatlowska)

Sollozan las habitaciones
por el suelo
el techo
y las ventanas;
las paredes lo harán cuando acaricien mi ausencia,
cuando el apego se disipe en la distancia
y el armario rebosante de vida
y los pósters sobre el gotelé
y las palabras camufladas entre el humo
decrezcan
para esconderse en el subsuelo de mi hipotálamo.

Ese apego se había convertido
en una simbiosis de evitación,
me ayudaba a no desgarrarme,
a aniquilar las lágrimas
y a seguir elevando las comisuras de los labios
pese a los pálpitos,
el flamante vacío cerebral
y las telas de araña
que separan lo irracional
de las razones adultas.

Ahora,
el polvo me desdibuja,
también las paredes desnudas
y el comprobar los cajones
para asegurarme
de que no queda nada en esa casa
excepto los recuerdos de una etapa
que hizo tangibles mis quiméricos sueños.


(Se me contrae la laringe y el silencio se vuelve más estrecho)

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