Hoy he publicado en el diario La Vanguardia una breve y personal semblanza en recuerdo del escritor Ray Bradbury, que falleció a los 91 años ayer, día 6 de junio, en Los Ángeles. La premura con la que tuve que escribir el texto, que podéis leer también en este PDF, y, sobre todo, la dictadura del espacio en un medio impreso, han provocado que dejara en el tintero demasiadas cosas, pero sirva este otro minúsculo grano de arena marciana para unirme al homenaje que en todo el mundo rendimos desde ayer a Bradbury quienes hemos disfrutado con sus relatos y novelas y hemos admirado siempre su pasión por los libros, su contagioso entusiasmo y su amor por la vida. Tal vez ahora, desde el asteroide 9766, que lleva su nombre, se asome a otros horizontes para emocionarse e idear una nueva historia. Donde quiera que esté, lo que es seguro es que le hizo caso definitivamente a Mr. Eléctrico, porque gracias a su literatura Ray Bradbury va a vivir para siempre entre nosotros.
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Foto: AP/Steve Castillo ¡Vive para siempre!
“Era el niño más grande que he conocido”, dijo ayer el nieto de Ray Bradbury. Un niño que empezó a leer cómics y cuentos de hadas, se enamoró del cine fantástico, soñó con ser actor, se apasionó por los dinosaurios y se descubrió a sí mismo en las bibliotecas. Ray, autodidacta, veía entre los libros a gente como él en cada espejo escrito por Dickens, Poe o Verne. A los doce años, en Arizona, y antes de mudarse a California, acudió a un espectáculo de feria en el que un tal Mr. Eléctrico le exhortó “¡Vive para siempre!”. El adolescente, perplejo, escribió al día siguiente en una máquina de juguete su primera historia (y casi veinte años más tarde, en 1951, los relatos de El hombre ilustrado). Desde entonces, Ray Bradbury nunca dejó de escribir, aunque fuera al dictado después de que su salud se quebrara en 1999.
Bradbury fue uno de los más grandes autores de fantasía y ciencia ficción, un verdadero creador de mundos, pero sus narraciones no dejan de revelarnos las luces y sombras de la condición humana. Esa misma honestidad que de joven leyó en su admirado Steinbeck y en Las uvas de la ira, y que le inspiró sus Crónicas marcianas (1950), se mezclaba con un lirismo que otro de sus autores más queridos, Huxley, resaltó al llamarle poeta. Guionista de la Moby Dick de John Huston, el niño Bradbury veía a la gran ballena como otro de sus dinosaurios. El adolescente Bradbury supo cómo los nazis quemaban libros y de esa impresión nació un relato, “The fireman” (1951), que más tarde se convertiría en la obra que le consagró como autor, Farenheit 451 (1953). La temperatura a la que ardió Ray Bradbury forjó a un ser humano inquieto, excitado por cada nueva idea y, hasta el final, ocupado en amar las cosas que hacía y en hacer las cosas que amaba. “Somos copas que se llenan constante, silenciosamente. El truco consiste en saber volcarse para que la belleza se derrame”, escribió.
Publicado en el diario La Vanguardia el jueves, 7 de junio de 2012.