Ayer fui al gimnasio a correr mis treinta minutos semanales y una mujer sentada en una bicicleta estática leía un libro titulado El sentido de la vida. Durante un rato valoré la posibilidad de que fuera tan solo una cubierta de papel encontrada por casualidad en algún rincón de su casa. Pensé que quizás ese título no correspondía en realidad con su interior y que simplemente lo estaba usando para proteger un valioso cómic de Esther o Candy Candy. Pero pasados los minutos, al no poder escapar y tener que seguir observándola por estar allí corriendo (valiente paradoja), descubrí que era efectivamente un libro de filosofía.
¿Qué significado tiene la existencia de alguien que ocupa su tiempo libre tratando de adelgazar unos kilos antes de que el verano le pille desprevenido? Aquella mujer y su libro me escupían a la cara lo absurdo de adelgazar sólo para obtener la aprobación de los que, aburridos, a mi alrededor en la playa busquen un michelín del que burlarse. Al fin y al cabo, todos moriremos. La libertad no existe. Dios y la felicidad son mentira y todo ese rollo.
Yo quería acercarme a la chica y preguntarle qué decía el libro. ¿De qué podía tratar con un título tan pretencioso? El contenido sólo podía decepcionar. Quería decirle que si yo publicara un libro titulado El sentido de la vida, dejaría cien páginas en blanco y en la última escribiría: “Lo siento”. Quería asaltarla y explicarle que yo me licencié en filosofía y que lo más útil que aprendí fue a deletrear Schopenhauer.
Aquella mujer es de las que estarían orgullosos mis compañeros de promoción de la Universidad de Barcelona entre los que, ya en aquellos años, se gestaba el 15-M, cuando ni siquiera existía un motivo para que se gestara (o existía pero no lo sabíamos). Y puede que ella no sea consciente, pero lo que hizo ayer en el gimnasio es lo que los indignados llaman una acción simbólica, similar a lo de ir a comer sentados en el suelo frente a las oficinas de La Caixa.
En la vida sufrimos o nos aburrimos, decía Schopenhauer. Lo que ocurre es que hay muchos tipos de sufrimiento. Algunos, como el dolor existencial que me provocó la supuesta atleta metafísica, son la mar de entretenidos. Ayer, mis anodinos treinta minutos de ejercicio cardiovascular se pasaron volando. Espero volver a encontrármela la semana que viene.