Se sentó delante de mí, se colocó las gafas y me dijo que ya sabía que este trabajo me importaba una mierda. Mi jefe no era un tipo que dijera las cosas de una forma tan directa. Era nuestra segunda reunión en dos días. Eso podía significar que el final estaba cerca. Algunas veces lo deseaba con todas mis fuerzas. Desgraciadamente, no era así. Aquello era solo el principio.
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Aquella mañana, la señorita Amapola se despertó cinco minutos antes de que sonara el despertador. Se levantó deprisa, siguiendo escrupulosamente sus rutinas matinales. Eligió un vestido acorde con su estado de ánimo. Se puso unos pendientes a juego. Dedicó cinco minutos a ducharse, siete minutos a peinarse y diez minutos a maquillarse. La señorita Amapola se miraba al espejo y se decía: "No eres ni la sombra de lo que fuiste".
Llegó a la oficina con tiempo suficiente como para tomarse un segundo café antes de empezar a trabajar. Unos instantes más de calma antes de la tormenta. Encendió su ordenador: "Buenos días, señorita Amapola". Había llegado ese punto en el que no tenía más motivaciones en su vida que cobrar su nómina de directiva sin que sus trabajadores le causaran demasiados dolores de cabeza. Pero aquel no iba a ser lo que ella llamaría un día tranquilo. Tres segundos después de conectarse, sonó el teléfono:
—Buenos días, Amapola. Buenos... por decir algo.
Era el coronel Mostaza.
—¿Qué ocurre, coronel? Todavía no me he terminado el café.
—Se trata de Fermín.
—¿Fermín? ¿De qué me suena ese nombre?
Mi jefe sujetaba un bolígrafo en su mano derecha. Lo apretaba con fuerza. Decía: "Ahora ya no podemos permitirnos tonterías de este tipo". A su lado, la señora Celeste se ocupaba de hacer el papel de poli bueno. Pestañeaba con ternura como si mirara un niño que ha hecho una travesura. Mi jefe me acercó el ordenador portátil:
Mi jefe sujetaba un bolígrafo en su mano derecha. Lo apretaba con fuerza. Decía: "Ahora ya no podemos permitirnos tonterías de este tipo". A su lado, la señora Celeste se ocupaba de hacer el papel de poli bueno. Pestañeaba con ternura como si mirara un niño que ha hecho una travesura. Mi jefe me acercó el ordenador portátil:
—¿Qué es esto?
En la pantalla podía ver un correo electrónico de la señorita Amapola que decía: "Escucha esta llamada. No tiene desperdicio".
—Escúchalo y hablamos —dijo mi jefe.
Era la grabación de una conversación telefónica entre un cliente y yo. En ella, el cliente iba preguntando sobre la disponibilidad de ciertos productos. Yo respondía a todo que sí. Como cuando un sistema informático te pregunta si quieres continuar y dices que sí compulsivamente sin ni siquiera leer el mensaje. La llamada apenas duraba tres minutos.
—Es obvio que no le estaba escuchando —respondí.
—¿Y se puede saber lo que estabas haciendo?
A mi jefe todo aquello no le hacía ninguna gracia.
—Seguramente estaría ocupado tratando de acabar la faena que se nos ha ido acumulando estos días por culpa de los nuevos cambios en la programación.
—Seguramente estarías hablando con alguien por el móvil.
—No podemos saberlo.
—Si alguna vez tienes alguna duda, puedes preguntarme a mí.
La señora Celeste trataba de apaciguar los ánimos.
—No tengo ninguna duda. Ya sé en lo que me he equivocado. Pero no estaba escuchando.
—Pues que sepas que era un cliente importante y cuando se ha dado cuenta de que le has informado mal, ha montado un pollo que ha llegado hasta arriba.
—Pues lo siento, pero estas cosas pasan.
—¡Me jode, Fermín! ¡Me jode! —mi jefe diciendo palabrotas—. Me jode porque eres un buen trabajador y acabamos de darte un cargo de importancia. Tienes capacidad suficiente para no cagarla nunca.
—Para no equivocarte más, puedes consultarme a mí.
La señora Celeste parecía un disco rayado.
—¡Y ya lo sé! Este no es el trabajo de tu vida —continuó mi jefe—. Seguro que tienes una vida cojonuda esperándote fuera de aquí. Pero de momento, este es tu trabajo y necesito que estés concentrado. ¿De acuerdo?
Yo dije: "De acuerdo". Y mi jefe se levantó de golpe.
—Mañana empiezas con los de internacional. Espero no tener que volver a reunirme contigo en mucho tiempo —dijo mientras se dirigía a la puerta.
—¿Cuánto me vais a pagar?
—No lo sé.
—De acuerdo.
Y salió huyendo de allí seguido de la señora Celestes que aún tuvo tiempo de volver a repetirme que si tenía dudas podía preguntarle lo que quisiera.
Fue entonces cuando me di cuenta del grave error que había cometido.
Pero ya no podía volver a atrás.
Leer REUNIONES (Primera Parte)
En la pantalla podía ver un correo electrónico de la señorita Amapola que decía: "Escucha esta llamada. No tiene desperdicio".
—Escúchalo y hablamos —dijo mi jefe.
Era la grabación de una conversación telefónica entre un cliente y yo. En ella, el cliente iba preguntando sobre la disponibilidad de ciertos productos. Yo respondía a todo que sí. Como cuando un sistema informático te pregunta si quieres continuar y dices que sí compulsivamente sin ni siquiera leer el mensaje. La llamada apenas duraba tres minutos.
—Es obvio que no le estaba escuchando —respondí.
—¿Y se puede saber lo que estabas haciendo?
A mi jefe todo aquello no le hacía ninguna gracia.
—Seguramente estaría ocupado tratando de acabar la faena que se nos ha ido acumulando estos días por culpa de los nuevos cambios en la programación.
—Seguramente estarías hablando con alguien por el móvil.
—No podemos saberlo.
—Si alguna vez tienes alguna duda, puedes preguntarme a mí.
La señora Celeste trataba de apaciguar los ánimos.
—No tengo ninguna duda. Ya sé en lo que me he equivocado. Pero no estaba escuchando.
—Pues que sepas que era un cliente importante y cuando se ha dado cuenta de que le has informado mal, ha montado un pollo que ha llegado hasta arriba.
—Pues lo siento, pero estas cosas pasan.
—¡Me jode, Fermín! ¡Me jode! —mi jefe diciendo palabrotas—. Me jode porque eres un buen trabajador y acabamos de darte un cargo de importancia. Tienes capacidad suficiente para no cagarla nunca.
—Para no equivocarte más, puedes consultarme a mí.
La señora Celeste parecía un disco rayado.
—¡Y ya lo sé! Este no es el trabajo de tu vida —continuó mi jefe—. Seguro que tienes una vida cojonuda esperándote fuera de aquí. Pero de momento, este es tu trabajo y necesito que estés concentrado. ¿De acuerdo?
Yo dije: "De acuerdo". Y mi jefe se levantó de golpe.
—Mañana empiezas con los de internacional. Espero no tener que volver a reunirme contigo en mucho tiempo —dijo mientras se dirigía a la puerta.
—¿Cuánto me vais a pagar?
—No lo sé.
—De acuerdo.
Y salió huyendo de allí seguido de la señora Celestes que aún tuvo tiempo de volver a repetirme que si tenía dudas podía preguntarle lo que quisiera.
Fue entonces cuando me di cuenta del grave error que había cometido.
Pero ya no podía volver a atrás.
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