Corro con el corazón en un puño.
Detrás de cada curva, sale un paseante.
Tengo la sensación clara de habitar las sombras del parque.
Huyo de unas para meterme en otras.
Algunos corredores aparecen, como yo, a un ritmo lento y sorprendente, y me asustan.
Casi todos son hombres atléticos; no creo que tengan esta palpitación.
[Fotos de la calle particular de Colombia número 12; texto escrito tras una carrera por el parque que hay detrás del Instituto Anatómico Forense, y cuyo nombre no aparece en Google Maps. Atravesé dicho parque casi a diario entre los años 1997 y 2000 para ir a la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense. De vez en cuando vuelvo por allí para mirar la sierra -el parque termina, o empieza, en una colina- y figurarme que la ciudad tiene unos límites precisos que comienzan justo donde echo a correr. Es decir: para figurarme que la ciudad no limita con carreteras y autopistas que no puedes cruzar sin riesgo de que te atropellen.]