IN THE HOUSE OF THE RISING SUN



AGOSTO (Condado de Osage) de Tracy Letts
Versión de Luis García Montero
Dirección: Gerardo Vera
Reparto: Amparo Baró, Carmen Machi, Alicia Borrachero, Clara Sanchís, Irene Escolar, Sonsoles Benedicto, Marina Seresesky, Miguel Palenzuela, Abel Vitón, Antonio Gil, Markos Marín, Gabriel Garbisu, Chema Ruiz.
Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional)
Del 7 de diciembre al 19 de febrero de 2012)


Oh mother, tell your children
Not to do what I have done.
Spend your lives in sin and misery
In the house of the rising sun.
(En la voz de Nina Simone)


Supongo que los veranos son largos y tediosos en Oklahoma. Aunque Nina Simone suene de fondo y se quiera confundir el día con la noche mediante plásticos en las ventanas. Dentro de la vieja casa de estilo georgiano, el sudor tiene olor a whisky añejo, pongamos un Four Roses, y los dientes amarillean por el Camel Light. Nadie sabe todavía que mata. O tal vez sí.

También amarillean los seres que agonizan entre esos muros. Desconocen que viven entre tabiques de una madera especial y eterna. Madera sureña, caníbal de los seres que la pueblan. Ni ellos mismos podrían quemar la gran mansión: esa madera ardería más lentamente que si las paredes fueran de acero. Polvo, libros y mujeres que se devoran las unas a las otras, con más deseo aún que si no fueran parientes: tienen motivos para descarnar cada uno de los huesos. Sus estados mentales –como dice Ivy (Alicia Borrachero)- son los de las llanuras que las rodean, los enormes páramos que circundan Osage County. Como en una obra de McCarthy, los monstruos asedian cada habitación –sus particulares carreteras-, juez Holden y frontera mejicana incluidos.
El autor de la obra, el estadounidense Tracy Letts (¿cuánto no habrá leído a Faulkner?, juega desde el principio con esa figura del prefecto, del administrador del legado de los antepasados… ¿Quién domina y manda en esta casa? ¿El patriarca Beverly (Miguel Palenzuela), el más sabio, el que toma el camino de la huida de la mano de T.S. Eliot y el alcohol? ¿Violet Weston (Amparo Baró), que supura drogas mientras sus propios dientes roen el cáncer, emulando a la Blanche DuBois de Tennessee Williams? ¿La primogénita, Barbara (Carmen Machi), que halló, aparentemente, su particular Ítaca en Colorado, la profesora, la esposa atormentada del impecable Bill (Antonio Gil), la madre de la culta y brillante Lolita Jean (Irene Escolar)?

En este Agosto, son las mujeres las que juegan sus bazas, las que barruntan su futuro lejos de esa casa y esos padres que las reclaman como los paños calientes de su vejez en un quid pro quo con tintes de chantaje. Son las tres hermanas Weston, Barbara, Ivy y Karen (Clara Sanchís) las que tendrán que apostar por su propio destino frente a los perversos juegos de la madre-tótem, que todo lo sabe, matriz que las expulsó para luego volver a ahogarlas en sus tres cordones umbilicales, bien guardados como tortuga de camafeo que respira debajo del esternón, emulando a los indios cheyenne.

En sus actitudes vitales, el espectador puede retratarse en cada una de las hermanas Weston ya que Letts dibuja con exacta precisión las tres posibles respuestas que cada uno daríamos ante la presencia de una casa y una matriarca que guarda demasiadas fotografías de nuestro propio pasado entre los paneles de estampado Liberty. Brillante papel el interpretado por Alicia Borrachero, dando cuerpo a la dulce Ivy, la chica que permaneció al lado de los padres, que renunció al amor de pareja y optó por la soga materna, mujer sabia respecto a lo que siente y desea y a la que el futuro sólo la espera en el hall de los reveses. Hay varias formas de obviar los asuntos más cicateros de la existencia. Una de ellas es la de refugiarse en el mundo de la fantasía, poniéndose la venda sobre los ojos ya ciegos, como hace la benjamina Karen, que busca a su príncipe azul en la paradisíaca Miami, donde el mundo es mucho más apetecible, pero igual de mezquino que el que respira bajo las viejas alfombras Dalton. Y entre Ivy y Karen, una tremenda Carmen Machi, interpretando a la delecta Barbara. Cuando la Machi actúa en un drama, aflora la gran actriz que es. Desaparece de la memoria del espectador la Helena de Juicio a una zorra o la Doña Rauda de Falstaff y surge una intérprete que parece embestir los mismos cimientos de esa magnífica escenografía de Pascualín&Baeza&Simcid. Impactante y durísimo el duelo que mantiene con Amparo Baró (cuyo recuerdo de todo personaje televisivo va desapareciendo desde la segunda escena y van agrandándose los recuerdos de sus personajes en aquel Estudio 1 de TVE), retratando la confrontación verdadera de la obra: la de una generación de mujeres que se ha creído libre, progresista y avanzada, frente a las protagonistas de The Greatest Generation (en términos de Brokaw), aquélla que sobrevivió a la guerra o que pasó las hambrunas tan bien retratadas por Dorothea Lange. Las grandes damas sureñas, aparentemente reprimidas, superaron satisfactoriamente aquellos trances. Y ahora se alzan como boas sobre maridos e hijas. Para una superviviente como Violet Weston una discusión marital, una adicción o un cáncer son sólo obstáculos menores en su carrera por dominar esta particular Tara. Frente a ella, la enérgica, soberbia y dura hija mayor no tiene armas que esgrimir. Barbara tan sólo acarrea banales problemas como un marido infiel y aficionado a las jovencitas o una hija rebelde que se sabe seductora e inteligente. Minucias frente a los martillazos que la vida perpetró contra su madre y que la matriarca atesoró para luego utilizarlos como artillería pesada contra todos los que la rodean. Pero también, como todo ser humano, la gran Violet Weston guarda un miedo atroz a algo. También se esconde la oscuridad al fondo del despotismo. Un miedo con el que el autor da una genial vuelta de tuerca a la obra, convirtiéndola en un cuento perfecto que sigue al pie de la letra aquello que decía Piglia de que “un relato debe hacer aparecer algo que estaba oculto”. En este caso, en el mismo corazón de la poderosa dueña de la casa Weston, pueblo de Pawhuska, condado de Osage.

Tal vez, hasta ahora, la dramaturgia haya querido diseccionar a los padres del siglo XX y su contexto vital: ése en el que tuvieron que desligarse de su propio machismo y celebrar el nacimiento de los derechos femeninos. Numerosas obras retratan su confusión ante el grito feminista; una confusión que abarca desde la aceptación segura y confiada hasta el odio, manifestado en la violencia física y verbal. Sin embargo, parece que es la hora de las madres, alejadas del estereotipo de la figura dulce y protectora. Al igual que Lucía Vilanova las ponía en solfa en su reciente Münchhausen (dirigido por Salva Bolta para el Centro Dramático Nacional), Vera ha acertado al elegir este Letts para cuestionarlas: es la hora del psicoanálisis para las madres de la Gran Generación.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*