ACTO DE ENTREGA DE LOS PREMIOS LITERARIOS "FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ" 2011. DIARIO DE A BORDO
2 de noviembre de 2011, madrugada
Hotel Palacio Tudemir de Orihuela (antigua Biblioteca Municipal)
Casino Orcelitano.
Hay a la entrada un patio andaluz, aire al recuerdo de un Lorca feliz, riflessivo, in atessa. Sillas azul Chaouen y azulejos de Menzaque. Miguel amaba lo andalusí, de la misma forma que sublimaba al de Fuente Vaqueros. Los dos destinos asesinados, descansando en el mismo recinto, quizá hablando en los sillones mullidos, rojos, rojos Fabergé. Tal vez, sus espectros se hayan cansado de epístolas o rivalidades de salón y entre estos muros fuertes, que prometen cobijo, campanadas de reloj de pared y secretismos, puedan respirar algo así como un maná extraño y reposado. Detesto hablar de los del 27 en pasado, utilizar el “eran”, cuando miro “las postalicas” lorquianas en una biblioteca de 2011o revisito el vientre de Josefina en un tren que siega espigas, rápido, violador de la luz. “Son”, “están”. Porque sin ellos, tampoco hubiera existido mi yo en el Casino Orcelitano, un yo de niña asombrada, pasos callados en el Salón Imperial.
Esta ciudad se presta a las locuras...viajar con una mecedora, invirtiendo los términos, para colocarla hacia el cielo y contemplar cada detalle de las cúpulas, bóvedas y alturas oriolanas: catedral, Tudemir, Casino. Otro tour por Oleza: el de sus cumbres, empezando por las blancas de la casa de Hernández, ésas en las que nadie observa más que el paso del tiempo, alturas en las que sólo creen los ateos ver cal y más cal, mientras los creyentes adivinamos versículos enteros, casi aullidos de Ginsberg,cascadas de Carver. O un Millet o una Noche de ronda flamenca. Incluso una araña que corre, desafía y te hila, Bourgeois en la cuarta dimensión.
Toda esa atmósfera sobre nosotros –el poeta y actor Álvaro Tato, el periodista Pedro Antonio Curto y yo enredada por mis espíritus-, como si veláramos armas por vez primera, antigua ceremonia medieval, recuerdos de Aquitania, memorias de Anna Ajmátova volando (mis versos no se prestan a siete ni veintinueve sentidos. Claro que no, Anna, lo escrito, escrito está). Viejas damas amadrinaban a esta mujer -como casi siempre- desconcertada. Las sibilas de la campiña saben de mí, me empujaron a escribirlas y están aquí. Las mujeres a las que protegen telarañas cerebrales y festejan los años 20 salen al escenario de la mano de Auralaria y me miran. Luisa traza un círculo. Me otea la mujer roja ymediterránea y sé que ese dedo me señala, índice volcánico, sublimando dolores, expiaciones y silencios. Las cariátides pasaban las noches con los ojos abiertos, gritando, sufriendo por la sangre, mordiéndose las venas por un real, por el marido brusco que nunca otorga, por el hijo que amarillea. En el escenario aparecen ellas, llevadas por la música de Eva García Lorca y la voz tremenda de Luisa Pastor. Veo pasar a Catalina, a Isabel, a Francisca, a Ana, a Graciela, a Antonia, a Pura, a Marina. Quienes saben de la memoria perdida han puesto rostro a estas damas y veo sus caritas surcadas de barbechos, de zanjas, de noches en vela y pareciera que Auralaria me dictó el pensamiento y la acción de la pluma.
Tengo un busto de Miguel en mis brazos, una réplica perfecta de ese famoso dibujo de Buero Vallejo. Lo acaricio, lo meto dentro del abrigo, para que naranjee, protegiéndolo como a un niño, con su dibujo de higuera, con su barro, con sus ojos abiertos y lúcidos, lejos de esos otros indefinidos y asustados que pintó el escultor Torregrosa, ojos repetidos hasta el infinito cuando uno los contempla por primera vez. Mira Miguel el mundo, el nuevo verso, mira los retrovisores, mira los trabajos de los que viajaron, que olvidaban la carretera a golpe de pluma, como hacías tú. Caminante “Gira”, de otro poeta mitómano, madrileño, hiperionista, que juega a vivir el mundo en la intemperie, que lucha contra el tiempo también desde la juventud, que teme a los días, a lo errabundo, que sueña América desde los cementerios de las compañías aéreas y describe los vacíos de las horas como si viviera en ellos y rasgara sus paredes. Mira, Miguel, esos pasos, esa música, esa voz que habla de las ciudades perdidas, las nunca visitadas desde el tren, donde se dejan un trozo de alma los artistas, los viajeros. Tantas que te recorrieron, tantas que te olvidaron. Ahora, abandona tu “Gira” y reposa aquí, en mi seno.
Yo quiero, Miguel Hernández, que lo tuyo pueda volver a esta calle de Arriba, cerquita de donde te soñaste poeta y libre. Orihuela, en palabras de su alcalde, Monserrate Guillén, reclama para sí lo que le es de ley. Tu legado, tu mundo, descansando al lado de donde yaces, qué mayor justicia que ésa. ¿Qué puede hacer el hombre por el mundo si no está apegado a sus raíces, si se desliga de ellas como un malnacido? ¿De qué valen éxitos o amores sin un hogar al que volver, sin recordar una tierra que le haya amamantado, desde la que proyectarse, sin un dialecto en el que reconocerse, sin unas primeras paredes a las que extrañar, inseparables de cualquier infancia? ¿Qué mejor que ser devuelto al fin a tu casa, mientras tus versos siguen recorriendo caminos?
Las cosas que más deseamos depende tantas veces de los extraños… Dejemos que “te vuelvan” aquí. Yo, hoy, te he hecho mío en este primer sitio de la Elegía al toro, en la extrañeza de que los chapines anden por encima de tus pasos, que la mano descanse sobre la mesa de la biblioteca del Casino, que huele a sabios y guerreros...convertirse en madera y quedarse aquí, pensé, quedarse en un momento feliz, eternamente, como en su momento me hubiera hecho mármol de pozo veneciano, piedra de garita en Alameda gaditana, jirón de niebla en el Pisuerga, brezo goteante en Gentoftesø.
Este noviembre y sus comienzos han sido tan míos, carpe noctem con olores antiguos, rostros agostados que ahora se pixelan, brillando las epidermis bajo las farolas en la madrugá de un otoño mediterráneo. Este noviembre, como tantos noviembres, lo escribí yo, lo hice Calendas romanas, desterré las Graecas, volví a un lugar al que había pertenecido sin saberlo, me hice de Oleza y la mecí en su Casino. Allí nació Garum, allí lo vi por vez primera. El primer totum revolutum se convirtió en el aderezo de las mujeres que lo componen, el álbum privado de Florence Twompson, de las manijeras cordobesas, de la Marianne y Caronte, de las esclavas recolectoras de Alabama, de la Beatrice divina y, claro, de mí misma, abierta y expuesta desde un azahar antaño agriado.
Esas mujeres y sus historias no hubieran visto la luz sin la Fundación Cultural Miguel Hernández, sin este acto íntimo y exquisito, sin la dulzura de Auralaria, sin la nobleza de Orihuela. Este momento barroco-brocado, oro viejo, no hubiera tenido lugar sin el trabajo constante y la pasión hernandiana de Aitor Larrabide, sin la dirección de Juan José Sánchez Balaguer o el cuidado de los patronos.
Durante todo este día me ha acompañado el recuerdo de un cuadro de Joan Miró: La casa de la palmera. Si tuviera que retratar todo lo vivido o qué me en qué imagen habitaban las damas de Garum, me quedaría con este cuadro de 1918. Esta noche he buscado dónde se encuentra... En en el Museo Reina Sofía...en cuya librería el día 15 presentaré el poemario. Nunca he creído en las coincidencias. Nunca enlas casualidades. Y menos aún cuando al dejar un marcador de libros con La casa de la palmera impresa, los ojos de Miguel Hernández miraban la habitación-Tudemir en la que ambos (ya) descansábamos. Créanme que los ojos de barro eran casi humanos, felices.
Mi agradecimiento:
A la Fundación Cultural Miguel Hernández, a su director D. Juan José Sánchez Balaguer y a sus patronos. Por su buen hacer.
A D. Aitor L. Larrabide, asesor de la fundación, coordinador del acto y especialista en Miguel Hernández. Por su sabiduría y su apoyo constante.
Al grupo Auralaria, Luisa Pastor y Álvaro Giménez, por su deliciosa representación de Cariátides, por su ternura, su cercanía y su amistad en la distancia.
Fotografía: © Grupo Auralaria. www.auralaria.blogspot.com
Primera fotografía. Entrega del Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández por parte de Dª Marta Alonso, directora general de Patrimonio Cultural de la Generalitat Valenciana.
Díptico: Fundación Cultural Miguel Hernández. Orihuela. www.miguelhernandezvirtual.es
Segunda fotografía. De izquierda a derecha: Álvaro Tato, Luisa Pastor, Álvaro Gimenez, Pedro Antonio Curto, Carmen Garrido, Dámaris Navarro.