Festín de serpientes, de Harry Crews



El rodeo de serpientes de cascabel llevaba celebrándose desde tiempos inmemoriales, pero hasta hacía más o menos doce años se había tratado de una cosa meramente local, unos cuantos vecinos y unos cuantos granjeros de los alrededores. Se organizaba un pícnic y puede que una carrera de sacos o una competición de tiro y arrastre con caballos, y luego todo el mundo se metía en el bosque a ver cuántas serpientes de cascabel podían extraer de la tierra. Se zampaban las serpientes, bebían un poco de whisky de maíz y con eso se daban por contentos hasta el año siguiente.

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Pero la artesana más espectacular, la que lograba convocar a un público más numeroso para admirar su trabajo y la que ponía los precios más altos, era una ancianita con un gorro blanco que se sentaba en una mecedora de asiento de mimbre y se dedicaba a hacer mosaicos con los cascabeles de las serpientes. Había varios expuestos, uno, el más grande, de aproximadamente un metro cuadrado, representaba a un ciervo pateando a una cascabel hasta matarla. Había necesitado los cascabeles de mil ciento sesenta y dos serpientes para acabarlo, y la ancianita del gorro blanco, que jamás alzaba los ojos del lienzo extendido sobre el que estaba trabajando, pedía nada menos que tres mil dólares por él.

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El mundo podía carecer de muchas cosas, pero de hijoputas atontados con más dinero del que les convenía andaba más que sobrado.

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-¿Has ido últimamente a ver a tu padre, hijo?
-Sí, señor, la última vez hace apenas unas horas. Está bien. ¿Y a usted cómo le va?
El entrenador Tump escupió un largo chorro de jugo de tabaco, trasladó el bolo de una mejilla a otra con la lengua, se ajustó las pelotas y dijo:
-Me va de cine. Pero lo que en realidad quería preguntarte es cómo anda Tuff, el perro de tu padre.
-Entrenando duro, entrenador Tump, entrenando duro de verdad.
-Válgame Dios, siempre lo he dicho, a los perros de tu padre no hay quien los tumbe. Salen a pelear y no se andan con gilipolleces.
-Mi padre tiene pensado retirar a Tuff. Tiene claro que lo va a retirar y que va a ser el semental jefe, el capo de todos los pitbulls.
-Eso no lo duda nadie, hijo.

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Era su vida. Su vida era lo que le aterraba. No veía cómo iba a ser capaz de vivir lo que le quedaba. Se sentía inconmensurablemente abatido. Todo se desmoronaba. Todo se desintegraba a su alrededor, podía distinguir las grietas y los jirones.


[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]

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