LA VOLUNTAD DE LOS ESCLAVOS: Carlos de la Cruz.




CANCIÓN CONTRA

Es contra el sol
la dureza de sus gestos
cuando roza la tierra con la palma de la mano abierta,
con gesto indiferente
como si estuviera de paso.

Es contra la savia cobarde
que arrastra los pies debajo de las piedras
y deja que la tierra se coma los filos
de las hojas de los árboles.

Es contra esta implacable necesidad de morder musgo
cuando me habla un desconocido;
la náusea de los nombres y los rostros,
el olor de la muerte en las vocales
y la necedad de las consonantes
que relinchan como bestias y bufan
cuando sujetas con la rodilla
sus cabezas contra el suelo.

Es contra el humo de las conversaciones
que se estira en puntos la lluvia.

Y no duele,
ni hace hueco en el pecho ni
siquiera puedo recordar
la última vez que duele
o que la luz amarilla de la bombilla rozó esta tierra
con la palma de la mano abierta
y la savia se me cuaja a la altura de los tobillos
y muerdo el musgo, huelo la muerte en las vocales,
mis rodillas se hincan en el cuello de un caballo
lleno de consonantes y llueve
porque de eso deberíamos hablar
cuando hablamos del dolor y de la muerte.


CANCIÓN DE LOS CHICOS CABALLO

Estar en ese lugar en el que todos
los rostros son el mismo rostro:
carne y hueso idénticos en un punto aleatorio
del espejo;
un ojo es un ojo este ojo
la mirada de otro,
la mano mi mano tu mano su mano las manos
sombras clavadas al cuero de un río vertical.

Sonidos que giran
suben y se deshacen frente al muro elástico
de la cuneta de una bombilla de 60 vatios.

Los fieles y los esclavos
la madre que espera con otras madres
frente a la comisaría
el hospital de la decencia y un quejido
que nace de lo más hondo,
cuerdos tartamudos y tullidos
pájaros de la inconsciencia
sembrados a un lado y otro de la carretera.

El trayecto intacto, el camino desierto
la luna en su sitio astillada, mordida;
un perro lleva su premio de hueso, pelo
y piel mechada
detrás de los juncos, entre las vías
donde juegan los chavales que son caballos
abrevando
y las estrellas pestañean
sobre las gotas de agua
que se balancean en la pelusa de sus belfos,
son hermosos
irrepetibles
la sangre sin madeja y los tendones
rítmicos y audaces
alrededor de la calavera.

Llegar al punto
en el que todas las muertes
parecen la misma muerte:
la muerte de otro
que camina despacio sobre la cuerda
de una ciudad en llamas
huesuda y destetada
perforada
vomitando cada tres minutos
un rosario de esclavos
idénticos a sí mismos.

Carlos de la Cruz, de La voluntad de los esclavos (La penúltima editorial, 2018).

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