Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau


Hará como 10 o 12 años que compré este libro y, como es habitual, quedó enterrado entre las pilas de mi biblioteca. El otro día lo encontré y por fin lo he leído. Se explica muy rápidamente: Raymond Queneau nos cuenta "una anécdota trivial" de 99 maneras distintas. El resultado es asombroso y muy divertido, aunque deberían actualizar un poco la traducción. También debería ser una lectura obligatoria en los institutos, para que los estudiantes aprendieran con diversión las numerosas formas que existen de narrar un pequeño suceso urbano. Aquí van tres ejemplos:

Notaciones

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo". Le indica dónde (en el escote) y por qué.

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Pretérito indefinido

Fue a mediodía. Los viajeros subieron al autobús. Hubo apreturas. Un señor joven llevó en la cabeza un sombrero rodeado por un cordón, no por una cinta. Tuvo un largo cuello. Se quejó a su vecino de los empujones que éste le infligió. En cuanto vio un sitio libre, se precipitó sobre él y se sentó.
Lo vi más tarde delante de la estación de Saint-Lazare. Se puso un abrigo y un compañero que se encontró allí le hizo esta observación: fue necesario poner un botón más.

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Injurioso

Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infestado por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un viejo chocho le pisoteaba los pinreles con un furor senil; pero enseguida se arrugó largándose a un sitio vacío todavía húmedo del sudor de las nalgas de su anterior ocupante.
Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charra con otro imbécil delante de ese asqueroso monumento llamado la estación de Saint-Lazare. Parloteaban a propósito de un botón. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.


[Ediciones Cátedra. Versión y traducción de Antonio Fernández Ferrer]

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