George Lucas. Una vida, de Brian Jay Jones


El espectador medio a menudo olvida que George Lucas no sólo es el creador de la saga de Star Wars, sino que él estuvo detrás de Willow, Mishima, Indiana Jones, American Graffiti, Tucker, Dentro del laberinto o Kagemusha, además de contribuir (aunque su nombre no quedara acreditado) a que se hicieran realidad Fuego en el cuerpo y Apocalypse Now, datos éstos últimos que nos desvela el autor de esta biografía y que yo ignoraba. Su contribución al cine es inmensa, ayudando con sus empresas de sonido y de efectos visuales a un montón de cineastas, sacando del atolladero a artistas del calibre de Akira Kurosawa y ofreciéndole a Spielberg uno de los mejores personajes de la historia. Y no digamos su influencia, gracias a La guerra de las galaxias y sus dos primeras secuelas, en tantos directores actuales (aunque también es el culpable de inventarse a los ewoks y a Jar Jar Binks).

El problema es que Lucas siempre ha sido un hombre un tanto esquivo, a veces atrapado en contradicciones sobre la gestación de su saga (como también revela Brian Jay Jones), un hombre que ha creado uno de los más grandes imperios del planeta, ahora en manos de Disney, y que ha hecho caja con un merchandising interminable del que yo he participado como comprador desde 1977. Esto es lo que no le perdona el público: creen que es un tipo avaricioso, un Tío Gilito que no deja de amasar monedas. Pero la realidad no es exactamente así, y esto es una de las cosas que más me han gustado de esta biografía: que, si Lucas es de esta manera (obsesionado con el control, creador infatigable de mundos y de marcas, con su sello impreso o grabado en cada producto que vende), es por unas causas concretas. Porque en sus primeros años le putearon mucho con los presupuestos, porque le pusieron demasiadas zancadillas, porque esos productores que no sabían nada de cine manipularon los montajes de sus primeras obras, porque durante años se vio asfixiado por la falta de dinero y de auxilio para rodar sus películas, porque acabó tan harto que un día se dijo que tendría siempre el control de sus productos, y eso significaba que él mismo supervisaría el montaje, contrataría a su gente, se haría cargo de los juguetes e incluso financiaría él mismo los proyectos (los suyos y los ajenos) para no tener que verse ofendido y manipulado por otros. Ese sistema le iba sirviendo no para cobijar fortuna en un banco, sino para emplear los beneficios en nuevos proyectos: en rodar nuevas películas pagadas de su bolsillo, en crear el Skywalker Ranch a donde muchos cineastas acuden a trabajar en condiciones excepcionales de comodidad, en promover Lucasfilm y el sonido THX, etcétera.

Como Coppola (durante toda la vida han sido amigos y rivales, y se han querido tanto como se han peleado), Lucas ha sido un tipo que lo apostaba todo a un proyecto. La diferencia es que a Coppola le salió mal y por eso ha sido un hombre arruinado y a Lucas le salió bien y es un hombre millonario, sobre todo porque al parecer el primero siempre fue derrochador y el segundo más ahorrador, con más miramientos sobre cómo gastar el dinero obtenido. Un ejemplo sencillo: con los beneficios de una película, Coppola se gastaba la pasta en propiedades y en lujos; Lucas, en cambio, destinaba una parte a financiarse más películas. Aunque luego es cierto que Coppola es más artista o más artesano que Lucas, o al menos ésa es mi opinión.

Brian Jay Jones ha escrito una biografía que el lector devora, aún más si es cinéfilo y fanático de las películas de Spielberg, Coppola, De Palma o Lucas, pues de todos ellos se habla porque, junto a Scorsese, siempre han formado un grupo de colegas y rivales. A mí me ha servido para conocer detalles que no sabía, como que Apocalypse Now era, en principio, un proyecto de George Lucas y de John Milius, y que a Coppola le llegó casi de rebote. O que el espíritu festivo, entusiasta, optimista y de entretenimiento de La guerra de las galaxias proviene de cómo su creador veía Estados Unidos en aquel momento… un momento que necesitaba una inyección de fantasía, de evasiones y de espectáculo para que el espectador se olvidara de tantas malas noticias.

En los fragmentos que he copiado doy una idea aproximada, con ejemplos, de todo lo anterior:

Aun así, necesitaba el dinero [después de THX 1138, mientras trataba de sacar adelante su nuevo proyecto]. Habló de ello con Marcia, quien lo animó a seguir luchando por American Graffiti. Si al final la vendía no podía pillarle en mitad del proyecto de otro. Lucas rechazó todas las ofertas, pero no fue fácil. "Fue un período muy oscuro en mi vida", explicaría más tarde. "Estábamos pasando serios apuros. […] Rechacé [Fría como un diamante] en mi momento más negro, cuando debía dinero a mis padres, a Francis Coppola, a mi agente; estaba tan endeudado que pensé que nunca saldría de esa". Tardó años en "pasar de la primera película a la segunda, aporreando puertas, suplicando que me dieran una oportunidad –recordaba–. Escribiendo y pasando apuros, sin dinero en el banco… haciendo trabajos sueltos, ganándome a duras penas la vida. Intentando sobrevivir y moviendo un guion que nadie quería".

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Ningún otro proyecto haría sufrir tanto a George como La guerra de las galaxias. Durante casi tres años daría vueltas a tramas y personajes, estudiando a fondo novelas de ciencia ficción, folclore, cómics y películas para inspirarse. Se pelearía con borrador tras borrador, escribiendo y reescribiendo, rescatando escenas y subtramas que le gustaban de borradores anteriores, dando vueltas a la grafía de los nombres de los planetas y los personajes, e intentando dar sentido a un guion cada vez más extenso que empezaba a írsele de las manos. Y una y otra vez, dejaría a sus amigos y a los ejecutivos perplejos con la historia y escépticos ante la idea de que pudiera plasmar algo de todo eso en celuloide.
Lucas se tomaba el guion de La guerra de las galaxias como un empleo a tiempo completo, subiendo pesadamente las escaleras hasta su cuarto de escritura todas las mañanas a las nueve, donde se dejaba caer despacio en su silla ante su escritorio de madera y miraba una hoja en blanco durante horas, esperando que llegaran las palabras.

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"Escribiendo te vuelves loco –diría años después–. Te vuelves psicótico. Te pones en tal estado mental y recorres caminos tan raros con la mente que es un milagro que todos los escritores no acaben internados en alguna parte".

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Y la inspiración, al parecer, podía llegar de cualquier parte. Una tarde vio a Marcia alejarse en coche con el perro –un enorme malamute de Alaska llamado Indiana– tranquilamente sentado en el asiento de al lado, rozando con la cabeza el techo, y pensó que el perro, del tamaño de una persona, parecía el copiloto, una imagen que con el tiempo derivaría en Chewbacca, el copiloto del Halcón Milenario. Otro personaje importante encontró su nombre a raíz de un comentario suelto que hizo Walter Murch mientras montaba American Graffiti con Lucas. Entre los dos habían inventado su propio sistema para ordenar las hileras de rollos y los kilómetros de celuloide, asignando un número de identificación a cada rollo, pista de diálogo y banda sonora. Durante una sesión a altas horas de la noche, Murch le pidió a Lucas el Rollo 2, Diálogo 2, pero lo acortó diciendo R2-D2. A Lucas le encantó cómo sonó –siempre sería importante para él la sonoridad de los nombres– y después de pasarle a Murch la lata lo apuntó rápidamente en su cuaderno.

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Con el Watergate y Vietnam todavía en los informativos de la noche y en todas las portadas, el mundo real ya parecía suficientemente iracundo. "Pensé [lo dice George Lucas]: 'Todos sabemos que hemos convertido el mundo en un verdadero desastre. También sabemos, como nos recuerda cada película hecha en los últimos diez años, lo malos que somos, cómo hemos arruinado el mundo, lo imbéciles que podemos llegar a ser y lo podrido que está todo'. Y me dije: 'Lo que realmente necesitamos es algo más positivo'."
En su opinión, La guerra de las galaxias hacía un llamamiento diferente e incluso más elevado. "Comprendí que había otros ámbitos relevantes que son aún más importantes: los sueños y las fantasías, convencer a los niños de que hay algo más en la vida que basura, matanzas y cosas tan reales como robar tapacubos, que todavía podíamos sentarnos y soñar con tierras exóticas y criaturas curiosas –explicaría en una entrevista para Film Quarterly en 1977–. En cuanto me sumergí en La guerra de las galaxias me sorprendió que hubiéramos perdido todo eso; toda una generación ha crecido sin cuentos de hadas. Ya no los encuentras, y son lo mejor del mundo, las aventuras en tierras lejanas. Son pura diversión".  
     
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De hecho, las políticas que había adoptado en su compañía eran lo bastante favorables a la familia para que en 1994 la revista Working Mother lo nombrara "Family Champion", título otorgado a los directivos que promovían un entorno laboral propicio a las necesidades de las madres y los padres trabajadores. La misma revista había mencionado a Lucasfilm entre las mejores compañías para las madres trabajadoras, señalando las dos guarderías que había en el rancho, el horario flexible y las políticas progresistas que proporcionaban a los empleados la baja remunerada para atender a miembros de la familia enfermos, así como cobertura de seguro para las parejas y sus dependientes. "Hemos descubierto que la calidad de vida es un logro mucho mayor que un sueldo alto –afirmó Lucas–. [Estamos haciendo] solo lo que se debe".

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"Nunca he sido un tipo al que le mueva el dinero –dijo para Businessweek–. Me mueve más el cine, y la mayor parte del dinero que hice con él lo utilicé para intentar mantener el control creativo sobre mis películas".


[Reservoir Books. Traducción de Aurora Echevarría] 

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