El pudor de Ishiguro



Después del chiste que significó el Nobel al señor Dylan -lo que abrió la puerta a cualquier oficio folklórico que se les pueda pasar por la cabeza, porque ni siquiera como poeta llega-, la Academia ha optado por lo que algunos denominarán un perfil conservador, cuando de lo que único que se trata es de dar el premio a la materia para el que fue concebido: literatura. Curiosamente se lo ha concedido a uno de los grandes admiradores de Dylan, Kazuo Ishiguro, que formó parte de ese dream-team británico que juntó a McEwan, Amis, Barnes, Rushdie… y que le dio un poco de mambo a la narrativa británica de los ochenta. Le descubrí como mucha gente leyendo la novela “Lo que queda del día” tras ver la adaptación cinematográfica protagonizada Emma Thompson y por Anthony Hopkins. Y allí estaba de nuevo la escena que me estremeció, el momento tan delicado como demoledor en que el mayordomo Stevens, tras una vida de pulcritud y dedicación, se resiste a dejarle ver el libro que lee a la señorita Kenton, en un acto casi de violación espiritual, mostrando toda la tristeza y desamparo que ocultaba una fachada rígida e impecable. La novela es precisa -con esa exactitud aprendida de Henry James: no dejen de leer “Los europeos”-, elegante, y te toca el corazón. Luego leí otras que no me entusiasmaron tanto, Cuando fuimos huérfanos, Nunca me abandones… y me quedé con ganas de leer El gigante enterrado -ese extraño revival artúrico- pero lo que resulta de recibo es que Ishiguro es un escritor -y no un experimento social de la Academia- a quien se puede premiar, aunque le den un galardón de tal fuste un poco prematuramente. Este autor tiene una característica que a mí me gusta, y que puedo identificar en otras plumas como la de Doctorow: la capacidad para arriesgarse en cada novela. Ahora bien, la diferencia con el americano es que los saltos de Ishiguro siempre son con red: el desconcierto lo causa no con el experimentalismo, sino con los cambios de registro pero siempre dentro de una legibilidad clásica, o bien haciendo las cosas a destiempo. Me explico: nos puede contar una novela victoriana con la mirada del siglo XX, distopías utilizando herramientas canónicas, o puede escribir sobre vampiros cuando hace años que ha pasado la moda de Amanecer. La redención, la identidad, la ausencia de figuras paternas, los recuerdos que pueden consolar o pueden hundirnos, siempre manipulados por una memoria que los somete a muchas atmósferas de presión, son sus temas predilectos, y escribe a su ritmo, o sea, poco. Respecto a la pachorra, Ishiguro responde que no cree tan necesario escribir mucho como aportar algo diferente en cada creación. Y yo creo que eso va a misa. También maneja una técnica que a mí me fascina, el narrador poco fiable, y volvemos de nuevo a Henry James y su “Otra vuelta de tuerca”, en la que al final no sabes quiénes son los fantasmas, como en El sexto sentido o Los Otros. En ese vaivén Oriente-Occidente que caracteriza a la Academia, se comentará el ninguneo a Murakami -que a este paso va a ser tan legendario como el enfilamiento que le profesa Boyero a Almodóvar-, que a mí, sinceramente, no le veo estatura para un Nobel, pero cada uno tiene sus gustos, y por eso hay ferias. No quiero terminar este artículo sin romper una lanza por esos escritores que se merecen el Nobel y año tras año se llevan la decepción, y más teniendo en cuenta que se les acaba el tiempo: Philip Roth, Juan Marsé, Milan Kundera, Stephen King, Cormac McCarthy, Charles Baxter, Ismail Kadaré… Y sí quiero terminar este artículo haciendo una apuesta por quienes lo pueden ganar el futuro: Jeffrey Eugenides, T. C. Boyle, Dennis Lehane, Colson Whitehead, Alessandro Baricco, Emmanuel Carrére…

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*